Como decíamos en la anterior
entrega, en ésta y siguientes veremos algo sobre la producción, vocablo este
que usan con mucha demagogia y logomaquia los comunistas, producción que terminó
arruinando el sistema dejando cuando desapareció 145 millones de pobres.
Como está sobradamente
demostrado, el imperio de la fuerza, ya sea política, social o económica, no
puede permanecer mucho tiempo como norma de gobierno. Las expropiaciones, los
arrestos, confiscaciones, detenciones, confinamientos, cierre y clausura de
mercados, etc, etc, produjeron en la destartalada URSS el desagrado de grandes
masas de campesinos que, en un principio, aceptaron el sistema soviético sin
saber ni preocuparse del sentido político y sociológico de dicho sistema.
Dichos campesinos se declararon
comunistas porque el omnipresente partido les concedió la “posesión de la tierra”. Pero cuando por mor de los
principios colectivistas del sistema, el partido intentó robarles el
rendimiento de sus trabajos y esfuerzos, renegaron del sistema y de su
“nomenklatura”, ya que, como era lógico, consideraban que era suya la
producción de la tierra que ellos trabajaban.
Ni qué decir tiene que dicha
“nomenklatura” autoritaria vio con inquietud y asombro esta reacción campesina,
que provocó trastornos, además de disturbios, llegando sólo a abastecer de
cereales a la tercera parte de la población.
A pesar de todo esto, y de los
problemas que se estaban generando, las autoridades seguían mintiendo, ya que
por todas partes se veía propaganda anunciando que la recolección iba en
aumento, cuando en realidad dicha recolección brillaba por su ausencia. El
campesinado quedaba asombrado ante esta gran mentira porque, entre otras cosas,
el racionamiento estaba a la orden del día. El requisamiento de los artículos
de consumo también estaba a la orden del día. El descontento era tal, que las
prisiones y los campos de confinamiento eran insuficientes para albergar a los
campesinos detenidos.
Por otra parte, comentar que en
aquellos primeros años soviéticos, había en Rusia muchos agricultores húngaros,
alemanes y griegos que se habían establecido allí desde hacía muchísimo tiempo.
Estos agricultores tuvieron grandes enfrentamientos, muchos de ellos
sangrientos, con los burócratas y soldados del sistema que, en muchas
ocasiones, les incendiaban los campos, las viviendas y los utensilios de
labranza. Ante esta situación desesperada, reclamaron a sus países de origen la
repatriación, salvándose muchos de ellos de la ruina y de la muerte.
Como es sabido, y está
sobradamente demostrado, aunque muchos no lo admitan y lo nieguen llevados de
su fanatismo e intransigencia, el progreso se consigue con el régimen de la
propiedad individual. El comunismo no lo quiso ver, y así se derrumbó.
Como no podía ser de otra manera,
y como siempre, para enmascarar los verdaderos motivos de aquella crisis
bestial, que originó hambrunas terribles, los jerarcas echaban la culpa al
exterior . . . ya saben, a los países capitalistas que conspiraban y se
confabulaban contra la revolución bolchevique.
Continuará.
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