El título completo del libro es “La vuelta del
comunismo. Su retorno al gobierno de España, las desgracias que se produjeron y
los desastres que se ocasionaron”, escrito por genial Federico Jiménez
Losantos, Editorial Planeta, S.A., 2020, 438 páginas, incluidas “Bibliografía”
y “Créditos fotográficos”, en donde aparecen imágenes de Largo Caballero,
Santiago Carrillo, La Pasionaria, Julián Besteiro, etc, etc. En “Bibliografía”
figuran ciento y pico libros, tales como “La velada de Benicarló”, de
Manuel Azaña; “Queridos camaradas. La internacional comunista y España,
1919.1939”, autores Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo; “Miseria y
grandeza del Partido Comunista de España (1939.1985)”, autor Gregorio
Morán; “El expolio de la República. De Negrín al Partido Socialista, con
escala en Moscú: el robo del oro español y los bienes particulares”, autor
Francisco Olaya Morales; “Homenaje a Cataluña”, autor George Orwell,
libros comentados en este blog.
El libro consta “Prólogo. Lo que va de ayer a hoy”,
“Los Iglesias-Montero y el casoplón solariego” y 7 Capítulos todo ellos
a cuál mejor. El que más nos ha llamado la atención ha sido el 4 intitulado “Los
Iglesias y la invención de una dinastía leninista”, páginas 143 a 183.
Dentro de este capítulo hay un párrafo intitulado “La carrera judicial de
Manuel Iglesias en la represión republicana”, páginas 153 a 159, que no
tiene desperdicio. (Manuel Iglesias Ramírez, fallecido en 1986, era el abuelo
paterno de Pablo Iglesias Turrión)
Transcribimos:
“En el nuevo Ejército
Popular de la República, se ensalzaba, al aparatoso estilo de Moscú, a los
militares de carrera obedientes al PCE, como Miaja y luego Rojo, y se forjó la
legalidad de lo que el PCE llamó “democracia de nuevo tipo”, que, junto a la
dependencia buscada del armamento soviético, fueron las piezas esenciales de
una estructura de poder más racional pero puramente estalinista.
Ahí es donde empieza la carrera de Manuel Iglesias: en
la auditoría del Ejército del Centro prepara oposiciones al concurso de
auditores de guerra de campaña que convoca el Ministerio de la Guerra. Los
requisitos básicos eran el título de Derecho y el aval de un partido político,
garante de su adhesión al Frente Popular, del que ya quedaba poco. El examen,
según García López, consistía en la “redacción de un informe fiscal o de una
sentencia de tribunal de guerra”. Fue admitido con otros cincuenta y nueve
aspirantes, en el concurso que se celebró en Valencia aprobaron los sesenta, y
fueron nombrados automáticamente tenientes de campaña. Aprovechando la cercanía
de Valencia, Manuel se presentó también a los exámenes de la Escuela Popular de
Guerra, en Paterna. Pero una vez en el Cuerpo Jurídico Militar, aparcó su ardor
guerrero y abandonó la Escuela.
Su primer destino fue el de secretario
relator-instructor del Tribunal Permanente del VI Cuerpo de Ejército, sito en
El Pardo y luego en Hoyo de Manzanares. Y en marzo de 1938, pasó con el mismo
destino a Úbeda, al IX Cuerpo de Ejército al mando de Francisco Menoyo. Allí se
produjo una circunstancia turbia y curiosa: el presidente del tribunal fue
destituido por presuntas simpatías derechistas y Manuel Iglesias Ramírez lo
sustituyó.
Fuera por la forma de llegar al cargo, que apunta a
delación interna, o por evidente incapacidad, hubo una inspección poco después
de tomar posesión Iglesias, y el informe fue devastador: “Carece de las dotes
necesarias para desempeñar con el prestigio necesario el cargo de auditor
presidente»; y sus sentencias “adolecen no solo del más elemental contenido
jurídico, sino también de aquella indispensable formación mínima que sirven
para caracterizarlas”. Tras poner como ejemplo la condena a muerte del soldado
Eloy Vela, pide que sea devuelto al escalón inferior que antes ocupaba. Así
fue, pero por poco tiempo. Mostrando la habilidad para nadar en aguas revueltas
que caracterizará su carrera en la administración, muy pronto Iglesias estaba
de vuelta a la Presidencia del Tribunal, sin un informe que revocase el
anterior”.
García López, que muestra tanta minuciosidad en la
búsqueda de datos como empeño en matizar los más sórdidos de su biografiado,
dice que el informe del inspector “termina admitiendo que Iglesias Ramírez
había hecho funcionar de nuevo al tribunal que, hasta su llegada, estaba en
situación de “lamentable colapso””. Pero más que “admitir”, término positivo,
sería negativo, creo yo, unir a la incompetencia técnica la velocidad que
imponía el mando político, con rápidas sentencias de nulo rigor jurídico.
En once meses, del 1 de mayo de 1938 al 28 de marzo de
1939, el tribunal presidido por Iglesias tuvo más de 1.000 actuaciones
judiciales y 567 causas, de ellas 306 por deserción, 7 por muertes y otros
delitos. Las condenas a muerte fueron, según García López, las que dice
Iglesias en el juicio al terminar la guerra. La fuente es harto dudosa. Cuesta
admitir que de 306 casos de deserción solo se condenara a muerte a una docena,
incluso aplicando solo la legalidad y buscando toda clase de atenuantes.
Pero lo más interesante de la estancia en Úbeda de
Iglesias fue su rápida y astuta adaptación a la vida social de la ciudad. Allí
escribió artículos en verso y prosa en el periódico local Vida Nueva; allí
cultivó relaciones con los martirizados sectores clericales y los hostiles al
Frente Popular; allí jugó, desde un puesto que infundía terror, a todas las
cartas.
Si como poeta había editado en 1932 el breve opúsculo
Vértice. Poemas del trabajo, inencontrable hasta para el avispado notario
García López, como prosista dejó amarga memoria en la revista citada, en la que
debutó con un artículo dedicado “Al coronel Menoyo, tan buen amigo como jefe”.
El regalo era una mezcla de cursilería semianalfabeta y sectarismo atroz.
Joya lírica: “En esta casa donde escribo, filigrana de
piedra parda como el sayal austero de ruda estameña que el de Asís pateara por
el mundo”. De donde se deduce, sin pretenderlo el indocto vate, que San Francisco
tenía accesos de furor y pisoteaba su hábito allá por donde iba.
Otra joya en la que el raquitismo gramatical es peana
de la inquina política: “… siguen llamándose aristócratas —es decir, los
mejores—, la mejor clase de la anti-España —¿os acordáis de Ramiro de Maeztu?
Mueve a risa si no fuera tan trágico—, quizá sí, pero de la de mi España, no”.
Trágica es la sintaxis del juntaletras, tal vez
colectivizada y por ello indiferente a la concordancia del plural y el
singular. Siniestra, la risa que dice que le produce Maeztu, gran figura de la
Generación del 98, de origen humildísimo, autodidacta, y en cuya obra, en
inglés y español, al hablar de los mejores se refiere, como tantos entonces, a
la “aristocracia del espíritu”. Y más criminal que risible que, casi anciano,
fuera secuestrado y asesinado en la cárcel por milicianos como los del
“Regimiento Nelken”.
Claro que no es de extrañar tal falta de humanidad en
quien perpetra, en la misma revista, crímenes de lesa lírica como estos versos
a la Giralda:
Giralda, ¡vente conmigo!,
vente conmigo a casa
y tírate de la grupa
gótica de esa potranca.
¡”Grupa gótica”, o sea, lo curvo en punta! Y así
sigue, tropezando con las imágenes y poniendo su cursilería al servicio de la
ignorancia. Más que de un Marinetti en moto, la joyita parece la sura de un
islamista antes de volar los budas de Bamiyán”.
En fin, otro magnífico libro de Jiménez Losantos que recomendamos leer, lo
mismo que el intitulado “Memoria del comunismo”, comentado en este blog
con fecha 3 de abril de 2020.
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