martes, 2 de marzo de 2021

“Preventorio D” ( I I )


El título completo del libro es  “Preventorio D, ocho meses en la cheka”, escrito por el catalán Félix Ros, Editorial Prensa Española 1974, 168 páginas.

Como decíamos en la anterior entrega, en ésta y siguientes  veremos lo que nos cuenta el autor sobre el personal del preventorio. Empieza por el director, el madrileño Pedro García, que había llegado a Barcelona en octubre de 1934 “como número de Asalto para reprimir la sublevación de los separatistas”. Lo califica como “redomado hipócrita, perfectamente enterado de cuantas crueldades se cometían, consintiéndolas  tranquilamente y reservándose la apariencia de hombre atado de pies y manos . . .” (Página 39).

En la página siguiente nos habla del asturiano Manuel Campillo, que “se vanagloriaba de que, durante la revuelta del 34, en unión de otros probos, violó a casi todas las monjas de un convento, hecho delictivo purgado tan sólo, según sus manifestaciones, con una paliza de la guardia civil”.

En la página 41 nos habla el autor de Manuel Murciano, “Murcia”, que “acaparaba los terrores de Vallmajor: aquellos brazos cepados cual troncos derrumbándose sobre la víctima con la pesadez de algo definitivo. Hombre de sentimientos ruines, rencoroso, destilando odio siempre, se gozaba en el sufrimiento de todos y nos trataba como enemigos personales”.

En la página siguiente sala a relucir otro asturiano, Manuel Meana, “hombre que nos odiaba a todos, con un odio precavido, lleno de dese de atormentar, de humillarnos siempre. Era más inteligente que los demás y más cobarde – no había estado en el frente nunca – y adoptaba por ello una serie de precauciones de orden maniático en su trato con el preso”.

En la página 44 nos habla de otro asturiano, Víctor Cuadrado, “alguien dentro del Partido Comunista que anduvo por la URSS después de octubre del 34, y estaba casado con una rusa. Se le consideraba muy gandul . . . odiándonos a muerte; nos hubiera ametrallado sin contemplaciones a todos . . . y muy malo para las mujeres”.

En la 45 nos cuenta el autor de que “hacia mediados de agosto, entraron en la plantilla de Vallmajor unas pocas celadoras, con lo que las mujeres empeoraron su situación, pues eran mil veces más ruines que los hombres; aunque, desde cierto punto de vista,  resultó menos desagradable para ellas que las irrupciones en la celda a cualquier momento del día o de la noche fueran realizadas por personas de su sexo. Estas guardianas – procedentes la que más de la cocina, la que menos del lupanar gijonense – se hacían llamar señoritas y obligaban a las detenidas a trabajos de costura y bordados en beneficio propio de verdadera filigrana. Con su llegada el ambiente picaresco de aquel caserón misterioso subió de punto; hubo, desde entonces, , ciertas bacanales – en especial los días de fiesta sonada - , que resonaban como algo apocalíptico en las horribles celdas de la iglesia, donde hombres absolutamente incomunicados con todo y con todos, solo cada uno en su cajón, perdían el concepto de las horas y de sí mismos hasta enloquecer”

En la próxima y última entrega, veremos someramente lo que nos dice Félix Ros en el “Apéndice”, página 163

Continuará.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog