El título completo del libro
es “Preventorio
D, ocho meses en la cheka”, escrito por el catalán Félix Ros, Editorial
Prensa Española 1974, 168 páginas.
Como decíamos en la anterior
entrega, en ésta y siguientes veremos lo
que nos cuenta el autor sobre el personal del preventorio. Empieza por el
director, el madrileño Pedro García, que había llegado a Barcelona en octubre
de 1934 “como número de Asalto para
reprimir la sublevación de los separatistas”. Lo califica como “redomado hipócrita, perfectamente enterado
de cuantas crueldades se cometían, consintiéndolas tranquilamente y reservándose la apariencia
de hombre atado de pies y manos . . .” (Página 39).
En la página siguiente nos habla
del asturiano Manuel Campillo, que “se
vanagloriaba de que, durante la revuelta del 34, en unión de otros probos,
violó a casi todas las monjas de un convento, hecho delictivo purgado tan sólo,
según sus manifestaciones, con una paliza de la guardia civil”.
En la página 41 nos habla el
autor de Manuel Murciano, “Murcia”, que “acaparaba
los terrores de Vallmajor: aquellos brazos cepados cual troncos derrumbándose
sobre la víctima con la pesadez de algo definitivo. Hombre de sentimientos
ruines, rencoroso, destilando odio siempre, se gozaba en el sufrimiento de
todos y nos trataba como enemigos personales”.
En la página siguiente sala a
relucir otro asturiano, Manuel Meana, “hombre
que nos odiaba a todos, con un odio precavido, lleno de dese de atormentar, de
humillarnos siempre. Era más inteligente que los demás y más cobarde – no había
estado en el frente nunca – y adoptaba por ello una serie de precauciones de
orden maniático en su trato con el preso”.
En la página 44 nos habla de otro
asturiano, Víctor Cuadrado, “alguien
dentro del Partido Comunista que anduvo por la URSS después de octubre del 34,
y estaba casado con una rusa. Se le consideraba muy gandul . . . odiándonos a
muerte; nos hubiera ametrallado sin contemplaciones a todos . . . y muy malo
para las mujeres”.
En la 45 nos cuenta el autor de
que “hacia mediados de agosto, entraron
en la plantilla de Vallmajor unas pocas celadoras, con lo que las mujeres
empeoraron su situación, pues eran mil veces más ruines que los hombres;
aunque, desde cierto punto de vista,
resultó menos desagradable para ellas que las irrupciones en la celda a
cualquier momento del día o de la noche fueran realizadas por personas de su sexo.
Estas guardianas – procedentes la que más de la cocina, la que menos del
lupanar gijonense – se hacían llamar señoritas
y obligaban a las detenidas a trabajos de costura y bordados en beneficio
propio de verdadera filigrana. Con su llegada el ambiente picaresco de aquel
caserón misterioso subió de punto; hubo, desde entonces, , ciertas bacanales –
en especial los días de fiesta sonada - , que resonaban como algo apocalíptico
en las horribles celdas de la iglesia, donde hombres absolutamente
incomunicados con todo y con todos, solo cada uno en su cajón, perdían el
concepto de las horas y de sí mismos hasta enloquecer”
En la próxima y última entrega,
veremos someramente lo que nos dice Félix Ros en el “Apéndice”, página 163
Continuará.
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