Los diputados favorables a la ley de eutanasia, acogen su aprobación con cuatro minutos de aplausos.
Dejémonos pues de risas ya que el tema está más bien cercano al llanto. La prensa nos informa que
tras el resultado de la votación, favorable, de
la ley que admitía tal práctica, la mayoría de los parlamentarios que había propiciado su aprobación, prorrumpió en un aplauso que se prolongó durante cuatro minutos que fueron interrumpidos por la señora
presidente para pedir a los representantes de VOX que retirasen unas pancartas
exhibidas simultáneamente, en las que se leía: “LA DEROGAREMOS”.
Ya fuimos testigos, hace años de la emoción incontenida de varias parlamentarias que dieron
saltos de alegría al tiempo que se abrazaban y aplaudían entusiasmadas con motivo de la aprobación de alguna ley, decreto o lo que fuera a favor del
aborto. En ambos casos esta para mí insana alegría corrió
en paralelo con algo directamente relacionado con la
muerte: triste alegría es, aunque suene a contrasentido, figurar entre
los siete países que admiten legalmente acabar con la vida de una
persona: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Colombia, Nueva Zelanda y España, siete, entre ciento noventa y
cuatro reconocidos por la ONU.
El fin esencial y razón de ser de la medicina es sanar, dar vida y, por consiguiente el médico debe ser un agente de vida, nunca de muerte.
Extraídos del texto actualizado del juramento hipocrático son los siguientes compromisos que deben
presidir toda recta trayectoria profesional médica:
“La salud y la vida de mi enfermo será la primera de mis preocupaciones” y “Tendré absoluto respeto por la vida humana”.
El estado, mediante sus leyes, se apropia la
voluntad de vivir y morir de los gobernados porque dichas leyes, aunque vayan
acompañadas de algunos requisitos para su puesta en práctica, se prestan a infinidad de interpretaciones y
componendas. Y, aunque la muerte, en la creencia cristiana, abundante entre
nosotros, no es el final del camino...no por ello se puede admitir que
otras voluntades puedan entrometerse, pese a todos los requisitos de la ley, en
lo que la naturaleza disponga utilizando la disculpa de acabar con el
sufrimiento y sin antes haber utilizado todos los medios paliativos de que hoy
disponemos.
Lamentablemente hemos de decir que “el que hizo la ley hizo la trampa”, aunque tengamos que utilizar un refrán demasiado populachero para un caso tan serio. Se trata de que el
enfermo no sea un cargo y una carga para las arcas del estado; el enfermo, el
anciano, el impedido son unos estorbos que suponen un gasto inútil y por esa razón, ese teóricamente estado bienhechor, buscará la forma de ajustar cada caso a una supuesta
legalidad para deshacerse de semejantes cargas y cargos.
Podría ser una muestra, vamos a considerar lejana pero
que ya marcaba una tendencia, el testimonio que reproduzco y del que doy fe de
autenticidad:
Y yo me pregunto: ¿quién conoce esas expectativas? y ¿quién sabe o juzga qué precio tiene una vida? Sin duda que, en este caso
concreto será inferior al de
un DAI en la opinión de este sagaz profesional que redacta el texto en
el que admite que, según su diagnóstico, tendría indicación la implantación de dicho aparato o artilugio. No me extiendo en más detalles o consideraciones sobre el caso y
solamente para final me queda lamentar una vez más la ignorancia, pobreza y ruindad de la clase política que nos gobierna y para la que la vida y la
muerte han pasado a ser meros eventos que pueden ser manejados a voluntad.
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