Esto
es lo que rellena toda la capacidad cerebral de un alarmante tanto por ciento
de nuestra actual clase política. Las ideas han sido sustituidas por las
ocurrencias y, en ocasiones, como decíamos antaño, por decisiones de tertulias
de café. A favor de estas últimas está el que solían, desembocar en algo
intranscendente y más o menos gratuito, pero lo malo, lo terrible, lo
desgraciado de las ocurrencias de hoy es su alto precio que no es hecho
efectivo precisamente por los ocurrentes sino que debe soportarlo el maltratado
ciudadano, desconcertado y aturdido, mero espectador del manejo caprichoso de
unos caudales que en realidad son suyos, según la teoría económica al presente
y para los que esperaba ingenuo, un fin digno, útil y provechoso, prometido con
anterioridad y anunciado a lo cuatro vientos.
De
la categoría moral y talla intelectual de nuestros próceres, nos da idea la
prensa diaria, cuyas noticias reflejan un día sí y otro también en qué manos y,
sobre todo bajo qué mentes nos encontramos, testigos atónitos de que todo vale:
las siglas de los partidos ya no reflejan nada. Los idearios ¡ay Dios mío, los
idearios! ¿qué es, qué significa un ideario? Y los programas expuestos en las
campañas, pero... ¿qué es eso de programas? Ahora que con la eclosión de la
electrónica han aparecido unas nuevas nubes, virtuales, es de suponer que debe
ser ahí en esas nuevas nubes donde quizá estén las siglas y su significado, los
idearios y los programas. (1)
Domina
una pobreza intelectual que ofende. En las intervenciones públicas de nuestros
representantes se observa una falta de contenido, una ignorancia de la
historia, y lo que es peor, un desconocimiento tan sorprendente de lo que se
traen entre manos, que realmente asusta y preocupa. Y ya para remate de todo lo
negativo, la mentira ha pasado a ser tan evidente, notable, protagonista y
generalizada que ha hecho desaparecer la verdad o que la ha encubierto de tal
manera que nos imposibilita el descubrirla, haciéndonos incapaces de conocer su
paradero, aunque suponemos que estará flotando omnipresente pero no sabemos
dónde. Lo que era negro por la mañana se dice que es blanco por la tarde y así
no una vez sino ciento, resultando sorprendente si hay imágenes, contemplar la
cara imperturbable del autor o autores de la contradicción. No importa. Sí
importa el resultado apetecido. Poco importa que en su día Aristóteles haya
dicho: “El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la
verdad,” o bastante después, Otto Von Bismarck haya sentenciado con
indudable acierto y oportunidad: “Nunca se miente más que después de una
cacería, durante una guerra y antes de las elecciones”. De esta última
afirmación, amplia y penosa experiencia tenemos desde la instauración de la
democracia en nuestros lares y aunque Corneille haya dicho que “hay que
tener buena memoria después de haber mentido”, y las hemerotecas hayan
sustituido a la memoria, el mentiroso se mantiene estoicamente en su embuste.
Es su mejor arma.
Cuando
llegó la llamada Transición, no podíamos imaginarnos que aquel espíritu de paz
y concordia, olvido y perdón que la caracterizó y que hizo arrancar una España
nueva que tantos hicieron posible de modo ejemplar, iba en tan poco tiempo a
tomar un camino tan torcido y, sobre todo tan decepcionante. No podríamos imaginárnoslo.
Vaya
por Dios, lo que empecé como una reflexión veo que, tristemente, está
terminando en lamento. Supongo que mi lamento será acompañado y compartido por
otros muchos semejantes o parecidos pero aterrizando en la triste realidad
¿sirve de algo lamentarse? En este desierto de ideas, me temo que no.
(1)
Verbigracia: El Ejecutivo anunció que Plus Ultra, entidad en pérdidas con cuatro aviones, recibirá 53
millones de euros desde el Fondo de Apoyo a la Solvencia de Empresas Estratégicas
de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), creado para que
las empresas puedan enfrentar la crisis económica derivada de la COVID-19.
Distintas informaciones denuncian que altos cargos del chavismo tienen
intereses en la aerolínea. Encomiable prioridad, debemos añadir.
Francisco
Alonso-Graña del Valle
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