domingo, 14 de marzo de 2021

El voto libre, un valor en baja


 

Era el voto el único momento y, en realidad solo a medias (listas cerradas), en que el ciudadano ejercía de forma efectiva esa llamada libertad derivada de esa otra, vamos a decirlo en verso, falacia llamada democracia.

Sentada ya esa premisa con duda incluida, la experiencia fue transformando a nuestros políticos de listos en listillos y poco a poco fueron descubriendo y poniendo en práctica cantidad de formas y trucos (¿por qué llamarlo de otra manera?) para prostituir la esencia del acto que comentamos, haciéndolo perder en la realidad, su intrínseco valor y convirtiendo el campo político en un campo de juego entre pícaros en el que casi invariablemente saldrá ganado el más pícaro.

Primero fueron los pactos entre partidos tras las correspondientes elecciones, pactos muchas veces “contra natura” en los que los ciudadanos de a pie ya no pintaban nada después de haber elegido “libremente” a sus representantes. Posteriormente, agravando la situación, apareció el transfuguismo, de tal forma que un cargo elegido bajo las siglas e ideario de un partido, incluso tras tomar posesión de su estrado, podía abandonar las filas, ideario y disciplina de la formación en que fue elegido sin perder por ello su puesto en la asamblea correspondiente cuando lo normal, según la opinión de cualquier ciudadano, sería que fuese sustituido por otro, mientras que él debería tomar el camino de su casa ya que su decisión se estimaría como una traición a sus electores a quienes debía el mencionado puesto o cargo.

Pero en esas circunstancias estamos y ellas son las que acompañan y propician la devaluación del voto libre tan deseado y añorado, y considerado el primero y gran logro de la llamada democracia que, teóricamente, insisto solo teóricamente, significa que el pueblo participa de forma real y efectiva en el gobierno de la nación. La teoría es excelente pero la práctica corre hacia lo rocambolesco e indecente, y el valor del voto tiende a la baja, emulando al IBEX 35 por citar alguna...emulación, como podemos experimentar estos días en que estamos llegando, entre el asombro, la perplejidad y la consternación, a la conclusión de que nuestra voluntad expresada en las urnas, va adquiriendo un valor en caída hacia la nada.

Intento explicarme con ejemplos actuales: Tras unos pactos de gobierno en la comunidad de Murcia, determinados socios se alían con la oposición y aportan sus firmas para ejercer una moción de censura y... por no alargarnos, después se vuelven atrás y no solo anulan la moción sino que pasan a ocupar puestos en el gobierno al que pretendían censurar. Ya entonces, en una reacción lógica ante semejantes amaños y su evidente peligro, la señora presidente de la comunidad de Madrid había tomado sus medidas: disuelve la asamblea y convoca nuevas elecciones. Pero, y ya con el ciudadano en un estado semicatapléjico, aparece, como por arte de magia, una moción de censura contra ese gobierno ya en funciones o no sé en qué estado pues me pierdo, que pretende prioridad y como consecuencia, la anulación de las citadas disolución y convocatoria. Y aquí han de intervenir ya los tribunales.

En resumen y ya no me extiendo más pues esto sería interminable y, como dije antes, me pierdo: a la vista de todo esto ¿dónde queda o quedó el voto del infeliz, inocente, probo e iluso ciudadano? El mío, no demasiado sino solamente algo infeliz, inocente, probo e iluso ciudadano queda a buen recaudo, valga la locución adverbial pero su valor por hoy, en estado etéreo.

Disculpen las molestias y si pueden, saquen alguna consecuencia.

Francisco Alonso-Graña del Valle

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