martes, 23 de marzo de 2021

Poesía del Siglo de Oro, Los mejores romances de la lengua castellana, y Rimas y Leyendas de Bécquer ( I I )


 


Continuamos con los libros “Poesía española del Siglo de Oro”, Ediciones 29, Madrid 1990, 113 páginas, "Gustavo Adolfo Bécquer. Rimas y Leyendas”, Editorial EDIMAT KIBROS (Ediciones y Distribuciones Mateos), Madrid 1999, 317 páginas incluido “Índice”, y "Los mejores romances de la lengua castellana", Edicomunicación, S.A., 1999, 256 páginas.

En el primer libro, página 12, se le la siguiente poesía intitulada “Canción”:

“Canción”

“¡Dicen que me case yo!

¡No quiero marido, no!

Más quiero vivir segura

nesta tierra a mi soltura

que no estar en ventura

si casaré bien o no.

¡Dicen que me case yo!

¡No quiero marido, no!

Madre, no será casada

por no ver vida cansada,

o quizá mal empleada

la gracia que Dios me dio.

¡Dicen que me case yo!

¡No quiero casarme, no!

No será si es nacido

tal para ser mi marido,

y pues que tengo sabido

ue la flor yo me la so.

¡Dicen que me case yo!

¡No quiero marido, no!”

Gil Vivente (1470-1539)


En el tercer libro, páginas 64 a 66 figura el romance de Durandarte intitulado “Romance de Durandarte herido” y “Romance de Durandarte”. Hoy veremos el primero, dejando el segundo para la próxima entrega.

 

 

   “Romance de Durandarte herido”

"¡Oh Belerma! ¡oh Belerma!

por mi mal fuiste engendrada,

que siete años te serví

sin de ti alcanzar nada;

¡agora que me querías

muero yo en esta batalla!.

No me pesa de mi muerte

aunque temprano me llama;

¡mas pésame que de verte

y de servirte dejaba!.

¡Oh mi primo Montesinos!

lo que agora yo os rogaba,

que cuando yo fuere muerto

y mi ánima arrancada,

vos llevéis mi corazón

adonde Belerma estaba,

y servidla de mi parte,

como de vos yo esperaba,

y traedle a la memoria

dos veces cada semana;

y diréisle que se acuerde

cuán cara que me costaba;

y dadle todas mis tierras

las que yo señoreaba;

pues que yo a ella pierdo,

todo el bien con ella vaya.

¡Montesinos, Montesinos!

¡mal me aqueja esta lanzada!

el brazo traigo cansado,

y la mano del espada:

traigo grandes las heridas,

mucha sangre derramada,

los extremos tengo fríos,

y el corazón me desmaya,

que los ojos que nos vieron ir

nunca nos verán en Francia.

Abracéisme, Montesinos,

que ya se me sale el alma.

De mis ojos ya no veo,

la lengua tengo turbada;

yo vos doy todos mis cargos,

en vos yo los traspasaba.

-El Señor en quien creéis

él oiga vuestra palabra-.

Muerto yace Durandarte

al pie de una alta montaña:

llorábalo Montesinos,

que a su muerte se hallara:

quitándole está el almete,

desciñéndole el espada;

hácele la sepultura

con una pequeña daga;

sacábale el corazón,

como él se lo jurara,

para llevarlo a Belerma,

como él se lo mandara.

Las palabras que le dice

de allá le salen del alma:

-¡Oh mi primo Durandarte!

¡primo mío de mi alma!

¡espada nunca vencida!

¡esfuerzo do esfuerzo estaba!

¡quien a vos mató, mi primo,

no sé por qué me dejara!"

 Continuará.






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