Ya sabemos,
por manido, aquello de la transición con el objeto de asentar la libertad.
Aquellos políticos de entonces, alguno de ellos babosos lameculos del régimen
anterior, pronto dieron paso a los políticos profesionales, aunque en realidad
no se sabe a ciencia cierta si es que dieron paso, o que éstos se inmiscuyeron.
El caso es que con esta arribada de los políticos profesionales, todo empezó a tasarse, a regularse y a establecerse “formalmente”.
Parecía que la
iniciativa natural y espontánea de los habitantes de aquella España, no era
suficiente como para establecer un amigable clima de convivencia, porque se nos
decía que había que “sostener el Estado del bienestar”.
Este
“sostenimiento” nos ha llevado a un expolio fiscal sin precedentes en la
historia de España, amén de otro tipo de cosas como controles políticos,
síntoma de autoritarismo, intervencionismos por doquier, etc. Este
intervencionismo es tal, que para ir a una farmacia, por ejemplo, a por un
medicamento inocuo y leve, sólo nos falta ir acompañados por la policía o
llevar un acta notarial.
Todas estas
cosas, y muchas más, están creando una sociedad sin ningún tipo de protección,
incompetente, en la que el Estado primero corta los dídimos y luego pregunta.
El “pueblo
soberano”, emborrachado de fútbol y de telebasura, no se da cuenta de lo que
nos está ocurriendo: la libertad se nos está escapando de las manos por culpa
de ese intervencionismo galopante. Este saco de moscas que tenemos como
gobernantes, son los responsables de esta situación porque, entre otras cosas
terribles, son de una pedantería infumable y de una carencia de espíritu de
servicio archidemostrada, entre otras cosas nefastas.
Que no nos
engañen: contra la libertad no hay democracia. Esto es elemental, querido
Watson. Por eso esta democracia nuestra, si es que se la puede llamar así,
camina por senderos inescrutables y poco claros.
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