lunes, 1 de mayo de 2017

La velada de Benicarló ( I I )


Y seguimos con el libro “La velada de Benicarló. Diario de la guerra de España”, autor Manuel Azaña, primera edición por la editorial Reino de Cordelia, 2.011, aunque se dice en esta obra “Primera edición publicada en Buenos Aires por la editorial Losada, en 1.939”. El libro consta de 246 páginas.

Sigue el exministro Garcés en las páginas 127 a 129:  

“En las columnas de combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con los de otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las municiones... Tenían tan poco conocimiento que, cuando se habló de reorganizar un ejército, lo rechazaron, porque sería "el ejército de la contrarrevolución". ¡Ya se repartían la piel del oso! Cruel destino: los mismos piden ahora a gritos un ejército. Cada cual ha pensado en su salvación propia sin considerar la obra común. Preferencias políticas y de afecto estuvieron mermando los recursos de Madrid para volcarlos sobre Oviedo, cuando el engreimiento de los aficionados les hacía decir y tal vez creer que Oviedo caía en cuarenta y ocho horas. En Valencia, todos los pueblos armados montaban grandes guardias, entorpecían el tránsito, consumían paellas, pero los hombres con fusil no iban al frente cuando estaba a quinientos kilómetros. Se reservaban para defender su tierra. Los catalanes en Aragón han hecho estragos. Peticiones de Aragón han llegado al gobierno para que se lleve de allí las columnas catalanas. He oído decir, a uno de los improvisados representantes aragoneses, que no estaba dispuesto a consentir que Aragón fuese "presa de guerra". Una imposición de la escuadra determinó el abandono de la loca empresa sobre Mallorca, abandono que no había podido conseguirse con órdenes ni razones. En los talleres, incluso en los de guerra, predomina el espíritu sindical. Prieto ha hecho público que, mientras en Madrid no había aviones de caza, los obreros del taller de reparaciones de los Alcázares se negaban a prolongar la jornada y a trabajar los domingos. En Cartagena, después de los bombardeos, los obreros abandonan el trabajo y la ciudad en hora temprana, para esquivar el peligro. Después del cañoneo sobre Elizalde, en Barcelona, no quieren trabajar de noche. Valencia estuvo a punto de recibir a tiros al Gobierno, cuando se fue de Madrid. Les molestaba su presencia porque temían que atrajese los bombardeos. Hasta entonces no habían sentido la guerra. Reciben mal a los refugiados porque consumen víveres. No piensan que están en pie gracias a Madrid. En fin, un lazo de unión de todos, resultado de la lucha por la causa común, no ha podido establecerse”. 

Continuará.





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