Como decíamos en la anterior entrega, en esta última daremos un salto a este siglo XXI, y veremos que, aunque hay ciertas esperanzas en este tema de la Unión Europea, la verdad es que lo que más impera es el pesimismo.
Como ya es sabido, la desastrosa política económica que se está llevando a cabo en la UE, está dando lugar a que cada país tire por su lado. Ahí tenemos el “brexit”. Se cree que con tener una misma moneda el asunto está arreglado, sin tener en cuenta que para que esa moneda sea real y pueda subsistir hay que aplicar la misma política fiscal y controlar el déficit de todos los miembros que componen la citada UE.
La España de las autonomías, uno de nuestros cánceres económicos, junto con el Senado y la monarquía, (instituciones éstas que no valen para nada), no quiere darse cuenta de que la armonización y uniformidad del sistema tributario, junto a la disciplina del mismo, así como también el riguroso control del déficit, son elementales para la buena marcha del negocio.
Como ya quedó demostrado en su día con el “Tratado de Mastricht”, quienes verdaderamente cogen el toro por los cuernos son Alemania y Francia. Los demás pintan menos que la blanca doble y sólo les queda ir tras la estela que indiquen los citados países.
Pero, claro, salen enseguida los “economistas” más “ad hoc” del sistema criticando a estas dos naciones, o imponiendo condiciones, sin importarles un bledo, dos cominos y tres dídimos el lastre que dejó el inepto Zapatero.
Por el camino que llevamos tal parece que la economía europea se está resquebrajando. Dios quiera que nos equivoquemos.
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