viernes, 12 de mayo de 2017

“El libro rojo de los mártires chinos”


En determinada revista que se tilda a sí misma de filosófica, no ha mucho tiempo uno de los escritores comentaba sobre la persecución que sufren los cristianos por parte del mundo árabe-musulmán. Comenta este señor que la persecución anticristiana es permitida refiriéndose, también, al odio antijudío.


Quisiéramos comentar algo: si es una persecución “anticristiana” entonces es que esos perseguidores defenderán el cristianismo. Y si el odio es “antijudío”, también los perseguidores serán partidarios del estado judío. Si se emplean mal las palabras, los conceptos que de ellas se deriven, serán erróneos.

Una vez dicho esto, diremos que los cristianos siempre han sido perseguidos a lo largo y ancho del planeta y de la historia. Y no solamente fueron perseguidos, sino que actualmente el mundo árabe-musulmán lo hace de una manera cruel y sangrienta. 

En estos momentos también se les está persiguiendo én en la China cuasi comunista. En el 2.008 se publicó un libro intitulado “El libro rojo de los mártires chinos”, de Gerolamo Fazzini, prologado por el cardenal José Zen, obispo de Hong Kong, Ediciones Encuentro, 300 páginas, en el que se documenta las atrocidades del régimen contra los cristianos.

En las páginas 30 a 33, se puede leer lo siguiente. Transcribimos textualmente:

“El manto de la ideología

“ Durante mucho tiempo, sobre la historia real china de los últimos cincuenta años (y también sobre las condiciones de vida de cuantos se oponían al poder comunista) ha pesado el manto de la ideología, que ha impedido releer serenamente capítulos enteros de la historia reciente. “Cada historia verdadera, cada caso personal, molesta con la de lo vivido. Es como si se repitiera continuamente: 'Y lo sabemos todo, ya lo sabemos todo...'. Y sin embargo, no sabemos nada. Hemos negado la atención, la seguimos negando todavía, a quien relata su historia». Es el desahogo —«o si queremos una autocrítica»— que hace Renata Pisu, corresponsal de “La Republica”, en su bonito prefacio a “La alondra y el dragón” (Píenme, Cásale Monteferrato, 1993). El libro cuando salió disfrutó de una buena acogida. Lo había firmado Wang Xiaoling, una mujer católica muerta no hace mucho. En estas páginas narraba sus más de veinte años en el gulag de China, antes de la anhelada liberación y posterior fuga. La periodista pertenece a la muchedumbre de los que se enamoraron del maoísmo en la década de los sesenta; pero con el tiempo, descubiertos los horrores de la Revolución, se distanciaron.

Escribe Pisu: «La autocrítica vale para mí personalmente, como vale para todos aquellos que aquí entre nosotros en Occidente se han dicho y contado mentiras sobre China. Pero quizá —y esto es algo aún peor a la luz de la sensatez de hoy— muchos sabían que no eran mentiras, pero las consideraban hechas 'por un buen fin'. Aquéllos eran —¿éramos?— los considerados 'amigos del pueblo Chino'. Bonita amistad». Y sigue: «Me separé de este modo de pensar cuando en 1978 edité en italiano y escribí el prefacio del libro de Jean Pasqualini, “Prisionero de Mao”. Éste, educado en China, encarcelado por crímenes contrarrevolucionarios, sin especificar más, en el mismo periodo en el que se le privó de libertad a Xiaoling, consiguió obtener el pasaporte francés en 1964 y se refugió en Francia donde escribió sus penalidades en un campo de trabajo chino, primer testimonio jamás realizado del universo del GULAG chino. Pues bien, los intelectuales no le creyeron los sínólogos franceses se coaligaron contre él, sosteniendo que estaba a suelto de la CÍA».

La hipoteca ideológica sobre la historiografía y sobre la literatura propia acerca de China, ha limitado enormemente las posibilidades de conocer y dar a conocer las historias de persecución y de martirio cristiano. Ciertamente, no es que no hayan faltado los intentos. Al principio de los años cincuenta, vieron la luz una serie de testimonios de primera mano de misioneros expulsados de China (véase la bibliografía al final de este volumen). En 1956, todavía recientes los acontecimientos en parte narrados en estas páginas, veía la luz en los tipos de la editorial Ancora “El libro rojo de la Iglesia perseguida” de Alberto Galter, dedicado a los países comunistas, entre los que se contaba obviamente China. Y en tiempos más recientes —principios de los años noventa— la Editorial misionera italiana (Emi) ha publicado varios testimonios directos de persecución cristiana en China. Sin embargo, en todos estos casos se trata de volúmenes que no han incidido en la opinión pública como tendrían que haberlo hecho. No han conseguido hacer mella en el mito maoísta.

“El libro rojo de los mártires chinos” —publicado pocas semanas después del trigésimo aniversario del fallecimiento de Mao, muerto el 9 de septiembre de 1976— trata de ser también un acto de denuncia del maoísmo y de sus crímenes. Resisten todavía maduros y patéticos nostálgicos del «Gran Timonel» (dispuestos al máximo a concederle un porcentaje del treinta por ciento de errores) y por lo tanto, la operación de revisión crítica de Mao y de su época está en marcha desde hace tiempo en Occidente. No así, todavía, en China, donde los actuales líderes han preferido, hasta aquí, dejar de lado la molesta figura, sin hacer cuentas con la historia. Tras décadas de propaganda ideológica, se está finalmente llegando a una desmitificación de Mao, de su ideología y de su obra. Una aportación decisiva este sentido ha sido la reciente biografía monumental firmada por Jung Chang y John Halliday con el título “Mao. La historia desconocida” (Taurus, Madrid 2006) ( I ). Si nos atenemos a las informaciones contenidas en este y otros volúmenes (por ejemplo, la documentación “La revolución del hambre” de Jasper Becker), no es exagerado afirmar que Mao Zedong, el “Sol Rojo”, es responsable directa o indirectamente de crímenes iguales o incluso superiores – por su crueldad, intensidad y duración – a aquellos cometidos por Stalin y el mismo Hitler ¿Una ocurrencia sensacionalista? Todo lo contrario: Chen Yizi, un exjerarca maoísta refugiado en el extranjero, afirma haber visto un documento interno del partido comunista que cuantificaba en ochenta millones el número de muertos “por causas no naturales”, la mayor parte de ellos en el período del “Gran salto adelante” (1958-1961)

Aun cuando no sean en absoluto – lo repetimos – motivos de naturaleza política los que inspiran “El libro rojo de los mártires chinos”, leyéndolo no se puede obviar la tragedia – moral, política y económica – que fue el largo período maoísta”. 

Otra persecución sufrida por los cristianos, tuvo lugar en la desaparecida URSS. Tatiana Goritchéva, antigua responsable de las KOMSOMOL (juventudes comunistas), en su obra “Nosotros soviéticos conversos”, Ediciones Encuentro, Madrid 1.991 ( I I ), nos lo cuenta con todo lujo de detalles. Así en las páginas 18 y 19 se pude leer:

“La represión se dirigió contra los cristianos cuya actividad era puramente religiosa. Son sospechosos lo mismo los laicos que organizan pequeños grupos de catequesis, círculos de estudios bíblicos o patrísticos, que los que inician a los jóvenes en el canto litúrgico o en el arte del icono. Las pesquisas permiten la confiscación de Biblias y de libros religiosos. La escritora Zoia Krakhmalnikova, crítica literaria de gran fama, empezó a componer, después de su conversión, bajo el título de “Nadejda” (La Esperanza) unas selecciones de textos espirituales que abarcan desde los textos de los Padres de la Iglesia hasta testimonios contemporáneos. Fue detenida pero sólo pudieron condenarla a un año de prisión, dado que nada podía fundamentar la acusación: “difusión de calumnia contra la Unión Soviética”, aunque se le añadieron cinco años de destierro. Como las publicaciones religiosas no pueden hacerse en el país y hace falta editarlas o procurar que se editen en Occidente, las autoridades lanzan contra los intelectuales cristianos, las acusaciones de “quinta columna” y de “alta traición”. En el pleno del comité central celebrado en junio de 1.983, M. Tchernenko, miembro de la Oficina política y secretario del CC, ha señalado que el “imperialismo ve en la guerra psicológica uno de los medios principales para alcanzar su objetivo”, que sería el de “liquidar el régimen socialista”. La religión conserva aún su influencia sobre un grupo de individuos que – digámoslo francamente – no es tan pequeño. Numerosos centros ideológicos del imperialismo se esfuerzan no sólo por mantener, sino también por cultivar el espíritu religioso confiriéndole una orientación antisoviética . . ."


( I ) y ( I I ).- Estos libros los comentaremos próximamente.



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