martes, 30 de mayo de 2017

“El terror rojo en España. Epílogo: el terror blanco” ( I )



Así se intitula el libro de José Javier Esparza, Ediciones αltera, abril 2007, 375 páginas.


El comentario sobre este libro, requeriría mucho espacio y mucho tiempo, cosas de las que, desgraciadamente, no se suele disponer. Pero en fin, por lo menos intentémoslo. Lo primero que se le ocurre a uno, después de leerlo, es constatar un hecho notable: mientras los historiadores críticos con el Frente Popular, que basan sus libros en documentos de los archivos del PSOE y de la Fundación Pablo Iglesias, reconocen o no niegan el terror blanco, los historiadores favorables o proclives al mencionado Frente Popular, sí niegan el terror rojo, o cuanto menos, lo atenúan y lo consideran un «accidente».

El libro nos cuenta como 60.000 españoles fueron vilmente asesinados por el Frente Popular entre 1936 y 1939. Evidentemente, en el bando nacional también hubo asesinatos. Si se quiere revisar la historia y «recuperar la memoria», hay que hacerlo ecuánimemente y de una vez, no parcialmente, mintiendo y omitiendo.

Por este libro desfilan todo tipo de acontecimientos que van desde el armamento de las milicias, la brutal persecución de la iglesia, con el asesinato de religiosos y religiosas (muchas de ellas violadas), así como las torturas,  las «checas», la intervención soviética, ejecuciones multitudinarias, campos de trabajo, e incluso, el terror dentro de los frentepopulistas.

Recordemos lo que decía el comunista Enrique Castro Delgado: «matar, matar, seguir matando hasta que el cansancio impida matar más. Después, construir el socialismo».

Los historiadores que niegan o atenúan el terror, dicen que lo poco que hubo fue obra de «incontrolados». Este libro demuestra que no fue así: el terror obedeció a una decisión política premeditada y consciente en la que el Frente Popular dio cobertura legal no solamente al asesinato, sino también al genocidio. Prueba de ello son las palabras de Ángel Galarza Gago, uno de los responsables de Paracuellos, (que por cierto tiene dedicada una calle en una ciudad de España) y Fiscal General del Estado, que en 1933 ingresa en el PSOE, y nombrado posteriormente, setiembre de 1936, ministro de la Gobernación por Largo Caballero, cargo del que sería apartado por inepto. Para hacernos una idea de la vileza moral de este individuo, comentaremos que, tras el asesinato de Calvo Sotelo, dijo: «A mí este asesinato me produjo un sentimiento: el sentimiento de no haber participado en su ejecución».

También comenta el autor la influencia de la Unión Soviética en el Gobierno frentepopulista, para mantener el poder republicano, la financiación de la guerra –dudar a estas alturas de la responsabilidad del Gobierno en el saqueo de las reservas del Banco de España es una argumentación propia de ignorantes – y las matanzas de Madrid, realizadas gracias a la información facilitada por el Gobierno y alentadas por los agentes enviados por Stalin a la capital. 

Gracias a la apertura parcial de los archivos de la derrumbada URSS, se van comprobando cosas que ya se sabían, pero que se negaban machaconamente. Así, la intervención de Santiago Carrillo en los asesinatos de Paracuellos, está perfectamente documentada en una carta de Dimitrov, secretario general de la Komintern, al ministro de la Guerra de Stalin, en la que se lee: «Cuando los fascistas se estaban aproximando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos».

En la página 31 se puede leer: «Tras la apertura de los archivos soviéticos, hemos podido saber que el exterminio por hambre de entre cinco y seis millones de campesinos ucranianos (el llamado Holodomor) en la URSS de Stalin fue una decisión consciente del poder, según demuestra un documento firmado por Molotov y el propio Stalin el 22 de enero de 1933».

Asimismo, en la página 35 se puede leer también: «En Gijón, por ejemplo, el 14 de agosto de 1936 los milicianos prohíben al médico forense del juzgado de instrucción del distrito de Oriente seguir identificando a cadáveres mediante retratos fotográficos. Se trataba de borrar pistas. Lo mismo ocurrirá en el resto de España. Las muertes continuarán, pero ya nadie guardará imagen de los cadáveres».

Es muy importante el capítulo VIII «El amigo soviético y el oro de Moscú», así como los apartados «La sovietización del régimen» y «La estrategia comunista», de los capítulos X y XII respectivamente.

También aborda el libro el terror rojo contra los anarquistas y «poumistas». En realidad, esto no es nada nuevo. George Orwell ya lo había descrito en su día.

Esparza ha realizado un trabajo de primerísima calidad, pero, claro, quedará oculto e ignorado por los propagandistas de la fe oficialistas. Si somos ecuánimes, y con la que está cayendo, la lectura de este libro será de obligado cumplimiento para recuperar no la «memoria histórica» de los falsarios, sino la Verdad Histórica. 


Continuará.



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