El general Berzin también se evaporó. La ejecución de los comandantes más preeminentes del Ejército Rojo no aseguraba nada bueno para Berzin. Lo mismo que Stashevsky, había estado íntimamente asociado con los comisarios y generales depurados desde los comienzos de la revolución soviética, casi veinte años antes. Contra este hecho, su labor en España y su estricta y obediente lealtad nada valían. Hasta el momento actual figura en la larga lista de dirigentes soviéticos desaparecidos cuyos destinos sólo pueden adivinarse y que acaso no se conozcan jamás.
Por esta época, en el verano de 1937, precisamente cuando Stalin parecía haber logrado su objetivo en la lejana España, el Japón atacó a China. La amenaza a la Unión Soviética en el Extremo Oriente se hizo alarmante. Las fuerzas japonesas tomaron Peiping, bombardearon Shanghai, avanzaron sobre Nanking. El Gobierno de Chiang-Kai-Chek hizo las paces con Moscú y solicitó la ayuda soviética.
Simultáneamente las potencias occidentales se hicieron más y más agresivas. La situación militar de la República española era cada vez más dificultosa. Si Stalin quería capitalizar sus ganancias en España tenía que suministrarla ya todo el auxilio que pudiese necesitar para derrotar a Franco y a sus aliados. Pero más que nunca se mostraba adverso a todo riesgo de una guerra de mayor cuantía. Su lema : «¡Manteneos fuera del alcance del fuego de artillería!» se hizo más insistente después de la invasión de China por el Japón y de la amenaza a la frontera siberiana.
El papel de Stalin en España se acercaba a un ignominioso final. Stalin había intervenido allí con la esperanza de que acaso pudiere, con la piedra de una dependencia española, construir un camino desde Moscú a Londres y París, y con ello, finalmente, a Berlín. Su maniobra fracasó. Carecía de verdadera audacia. Hizo su juego osadamente contra la independencia del pueblo español. Tuvo éxito en las intrigas asesinas, pero falló en la verdadera guerra. París y Londres adoptaron una actitud más amistosa hacia Franco. Gradualmente, durante el año 1938, Stalin retiró sus manos de España. Todo lo que sacó de la aventura fue un montón de oro español.
Estos ocho capítulos que hemos visto, están basados en la obra “Yo, Jefe del Servicio Secreto Militar Soviético”, escrita por el general Krivitsky, Editorial Nos, 1.945, 325 páginas incluido el índice. El autor fue asesinado por escribir este libro, que está prologado por Mauricio Karl y traducido del ruso por M. B. Este libro lo hemos comentado en este blog con fecha 24 de diciembre del pasado año 2.016.
Esta es la verdadera historia de la intervención soviética en España, negada por los historieteros de lo políticamente correcto, e incluso, por el mismo Azaña. Dicha intervención fue la que imposibilitó la creación de una verdadera República como la que querían Ortega y Gasset, Marañón, Pérez de Ayala, etc, etc, que tuvieron que huir al extranjero perseguidos por los comunistas.
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