Como decíamos en la anterior entrega, en ésta comentaremos algo sobre el teatro en el siglo XVIII.
Durante las primeras décadas de este siglo, la dramática llegó a una gran decadencia, produciéndose imitaciones y arreglos del teatro de Calderón, además de traducirse obras que tenían éxito en Francia, obras que contaban con el aplauso y la protección de la nobleza capitaneada por Felipe V.
Tanto el público como los literatos, estaba divididos en dos bandos: los partidarios de la tendencia neoclásica, y los partidarios de la tradición nacional. No qué decir tiene que entre los primeros figuraban el gobierno y lo que entonces se llamaba “nobleza”. Entre los segundos figuraba, obviamente, el pueblo.
Los enfrentamientos entre estos dos bandos se veían perfectamente en el teatro y también en la prensa. El enfrentamiento fue tal, que en tiempos de Carlos IV se creó lo que se denominó “Mesa Censoria” que, como supondrán, tenía la misión de censurar el teatro, tolerando solamente obras neoclásicas con el objeto de imponer al pueblo el “buen gusto”.
Pero tal censura fracasó porque el pueblo se alejó del teatro, lo que permitió que triunfase el tradicionalismo con las obras de Ramón de la Cruz.
En la próxima entrega veremos algo sobre Vicente García de la Huerta y sobre Leandro Fernández de Moratin.
Continuará.
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