Así se intitula el libro de José Javier Esparza, Ediciones Áltera, abril 2007, 375 páginas.
Y terminamos con lo que está escrito desde la página 20 a la 23:
«Desde el mismo comienzo de la guerra, toda España vive un largo proceso de Terror político: en un lado, el Terror rojo; en el otro, el Terror blanco. Es del Terror rojo de lo que hablaremos aquí.
La zona de España gobernada por el Frente Popular vivirá un proceso de Terror político que terminará cobrándose 60.000 vidas. Primero será la caza del enemigo, con la coartada de la espontaneidad incontrolada de las masas. Las víctimas de esa caza, sin embargo, no son aleatorias ni fortuitas, sino muy concretas desde el punto de vista revolucionario. Son los «enemigos de clase»: religiosos de cualquier condición, políticos de la derecha, propietarios e industriales, militares sospechosos… Pero en muy poco tiempo, en un vértigo de sangre, la lista se amplía: ya no sólo los religiosos consagrados, sino también los ciudadanos de fe manifiesta; ya no sólo los políticos de la derecha, sino también sus votantes; ya no sólo los grandes propietarios, sino también el labrador, el comerciante, el profesional liberal; ya no sólo los militares de quienes pueda pensarse que simpatizan con el alzamiento, sino cualesquiera otros que se convierten en culpables simplemente por llevar uniforme. A sólo un mes de estallar la guerra civil, el Terror de las milicias armadas –armadas por el Gobierno, convertidas por el Gobierno en fuerzas paramilitares y parapoliciales– se cierne sobre todo aquel que sea sospechoso de no comulgar con la revolución que se anuncia.
En esa atmósfera se desencadena una persecución religiosa sin precedentes en la España moderna que elevará el número de clérigos asesinados –sacerdotes, monjas, frailes– hasta cerca de los 7.000, sin contar la elevadísima cifra de seglares que son asesinados por sus convicciones cristianas. Con el derecho arruinado, aparecen casos siniestros de venganzas personales, asesinatos y robos cometidos bajo la coartada de una razón política rebajada al rango del crimen. El «paseo» se convierte en escena cotidiana: el enemigo es cazado, transportado al matadero, asesinado impunemente. El miedo cierra algunas bocas; otras, el odio.
No hay nadie que esté a salvo. Las cárceles, donde los presos políticos han sustituido a los comunes, son asaltadas, y asesinados los reclusos. Al compás de la guerra, que ya ha incendiado los frentes, las autoridades militares o civiles consienten –cuando no ordenan – sangrientas represalias cuyas víctimas se cuentan por miles. Las cárceles comienzan a vivir el siniestro ritual de las «sacas»: llegan los milicianos, sacan a unos presos, la autoridad los entrega, se los asesina sin la menor posibilidad de defensa. Las «sacas» se intensifican sin mengua hasta bien entrada la guerra civil. No cesarán hasta que ya apenas quede nadie a quien «sacar».
Con el pretexto de la guerra, de la cercana amenaza del enemigo, se procede a ejecutar matanzas masivas que aún hoy sorprenden por su cuantía. No hay pretextos ni excusas políticas para una carnicería que los propios republicanos juzgarán como su mayor vergüenza. Pero quizá la mayor vergüenza no sea esa, sino el hecho de que la carnicería continuará. No con cifras tan masivas, pero sí con un sistema depurado de Terror cuyo mejor exponente son las checas. En torno a las checas se desencadenan la tortura, la humillación, la muerte. Cuando el Gobierno interviene para controlar el Terror, no lo atenúa, sino que lo intensifica. Ninguna medida de orden es capaz de neutralizar la dinámica revolucionaria que el propio Gobierno del Frente Popular ha abierto. Así, serán las propias instituciones las que terminen enviscadas en el mundo tétrico de los asesinatos, los saqueos, el tráfico de bienes robados a víctimas inermes, la evasión masiva del tesoro nacional. Los tribunales no correrán mejor suerte: atrapados en la disyuntiva entre mantener el orden o legalizar la revolución, se dejarán llevar por la corriente hasta convertir la Justicia en una parodia que demasiadas veces se limitará a avalar formalmente el crimen. Hacia la primavera de 1937, cuando aún no se ha cumplido un año de contienda, la mayor parte de la represión ha sido ya consumada. Hablamos de una cifra que podría rondar las 50.000 víctimas en diez meses.
Las matanzas de población civil, aun ejecutadas en distintas condiciones, fueron cosa común en los dos bandos: en ambos se hizo acopio de presos políticos, en ambos se cazó al contrincante, en ambos se ejecutó a detenidos, en ambos hubo represalias de guerra. El Terror rojo tuvo, sin embargo, ciertos aspectos peculiares que no encontramos en el «terror blanco». Uno es la programación de matanzas masivas, exterminadoras, como la que en pocos meses llenó las fosas de Paracuellos. Otro es el sistema de los centros de tortura y asesinato denominados «checas», dependientes unas veces de las autoridades del Estado republicano y otras veces de los partidos políticos del Frente Popular. Un tercer elemento singular es el ensañamiento sobre las víctimas, tanto sobre los detenidos como sobre los cadáveres, practicado de forma tan abundante en la zona republicana que puede hablarse de una suerte de macabro ritual. Por último, el Terror rojo tendrá una importante dimensión económica, con redes bien organizadas de despojo y saqueo que incluso llegarán a ocupar las páginas de los propios periódicos republicanos, como en el caso García Atadell.
Las matanzas masivas y el sistema de checas son un golpe de muerte para la idílica imagen de una República democrática y virtuosa, ese espejismo de la propaganda que suele expresarse con el concepto «legalidad republicana». Del mismo modo, los numerosísimos casos de ensañamiento y salvajismo sobre las víctimas, de los que aquí sólo ofreceremos unos pocos ejemplos, arruinan por completo la idea propagandística de que el Frente Popular encarnaba la ilustración, la libertad, la modernidad. Cuando el Gobierno republicano intente «humanizar» la represión a través de los campos de trabajo, el resultado será –cierto que no en todos los casos – un universo concentracionario demasiado parecido al Gulag. Detrás del Terror rojo hubo mucho odio, expresado de la manera más atávica y elemental. El ensañamiento sobre las víctimas es la demostración más clara. Y es, por cierto, un capítulo sobre el cual la izquierda española ha eludido cualquier reflexión en profundidad.
Era tal vez inevitable que este paisaje terminara desembocando en una dinámica suicida, en una avalancha del Terror sobre sí mismo. En situaciones así, siempre son los grupos más decididos, más osados, más dispuestos a llegar donde haga falta, los que terminan devorando a sus aliados más débiles o con mayores escrúpulos. Aquí el grupo más decidido será el Partido Comunista de España, con el apoyo imprescindible de la Unión Soviética de Stalin. Las checas de la República se llenan de técnicos soviéticos mientras el servicio secreto estalinista, el NKVD, campa a sus anchas. Toda la maquinaria bien engrasada –con sangre – del Terror estalinista se aplica en España de manera implacable. Pero ahora no se orientará sólo hacia los enemigos del Frente Popular, sino que golpeará muy especialmente a los partidos sospechosos de hacer sombra a los proyectos de Moscú: primero a los supuestos «trotskistas», después a los anarquistas, más tarde a los propios socialistas. La creación del Servicio de Investigación Militar, el temible SIM, diseñado bajo la directa inspiración soviética, formalizará oficialmente la represión en una República que, con Negrín, se parecerá demasiado a una dictadura militarizada. El fin de la guerra es una estampa de guerra civil dentro de la guerra civil: anarquistas y republicanos a tiros contra los comunistas en los barrios de Madrid. El Terror se ahoga en sí mismo.
Esta es la secuencia de los hechos que aquí vamos a detallar. Primero, el tiempo de la caza del hombre, de la persecución, en nombre de una alucinación revolucionaria. Después, la aniquilación del enemigo encerrado en las prisiones. Veremos también las singularidades del Terror rojo español: las matanzas masivas, el sistema de las checas, el ensañamiento con las víctimas, los saqueos, la función de los tribunales populares, los campos de trabajo forzado. Por último, el momento en que el Terror rojo se abate sobre sí mismo, con la decisiva intervención soviética. Esa es la trayectoria del Terror rojo español.»
Recomendamos leer este magnífico libro.
El señor Garzón y la jueza argentina María Servini, tenían aquí un amplio campo para investigar ¿No les parece?
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