En cualquier producto que se
venda, hay que distinguir el precio de costo y el beneficio. Lo más importante
es este último, porque es precisamente
este beneficio el que produce y establece el bienestar social. El primero,
el precio de costo de un producto, queda anulado por los gastos de producción.
Este beneficio viene
representado, obviamente, por una cantidad de dinero que, a su vez, sirve para
comprar otras cosas, o si se quiere, aumentar dicha capacidad de compra.
Y aquí nos viene el judío
Marx diciendo que el exceso de beneficio sobre los gastos de producción
representa “el trabajo humano”, concepto que el judío copió de Stuart Mill y
que llamó “plusvalía”.
Esto es mentira, ya que esto
no representa “el trabajo humano”, sino la causa que impulsa y mueve
precisamente ese trabajo humano.
A poco que se piense, el
beneficio no es más que el deseo de los compradores de adquirir un producto por
las causas, motivos y razones que sean. Por tanto, en este beneficio existe una
relación de carácter subjetivo-objetiva. Así, de la venta se obtendrán más
beneficios si el producto aumenta en calidad, lo que aumentará el deseo de
adquirirlo.
El destruir ese beneficio,
como pretendía Marx, sería fatal para la economía, como quedó demostrado con la
implosión de la URSS de los amores de muchos, ya que el beneficio depende del
consumo, y éste de la productividad. De esto se han dado cuenta los chinos y
ahí los tenemos invadiendo medio mundo.
Pero es igual. Aún sigue
habiendo defensores de Marx y de su doctrina colectivista en la que, como ya
sabrán no hay desempleo, pero nadie trabaja; nadie trabaja, pero todos cobran;
todos cobran, pero no hay nada que comprar con el dinero; nadie puede comprar
nada, pero todos son dueños de todo; todos son dueños de todo, pero nadie está
satisfecho; nadie está satisfecho, pero el 99% de las personas votaba, y vota, al
sistema porque no hay otra opción.
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