Como ya saben, el comunismo
promovió, y promueve, revueltas por todo el mundo para implantar por la fuerza
su inservible, caduco e inútil sistema. De las revueltas y agitadas manifestaciones
y desórdenes en su contra, prácticamente nadie comenta nada. Vamos a hacerlo nosotros
por aquello de “recuperar la memoria histórica”, oiga.
En octubre de 1956, descontentos
del dominio soviético, estudiantes y gentes de toda condición se sublevaron en
Budapest reclamando, entre otras cosas, la vuelta al poder del antiguo primer
ministro Imre Nagy. Los rusos enviaron a Hungría al general Serov, fiel lacayo
de Kruschev, que ya había demostrado sus mortíferas habilidades en Ucrania y en
Polonia antes de la entrada de Rusia en la II Guerra Mundial.
Pues bien, este general hizo
lo propio en Hungría: emplear la fuerza bruta. Los carros de combate soviéticos
entraron en Budapest el día 24 de octubre. La aversión de los húngaros hacia
los comunistas era tal, que los sublevados utilizaban a muchachas para recibirlos
con flores, pero una vez cerca, les lanzaban cócteles Molotov.
A pesar de que los sublevados
tenían más de 180.000 armas personales, 3.000 ametralladoras y docenas de
morteros y piezas de artillería, era obvio que no podían hacer nada contra la gigantesca
maquinaria de guerra soviética.
Por táctica, las fuerzas
soviéticas se retiraron a finales de octubre, pero el 4 de noviembre regresaron
a Budapest con 200.000 soldados y 2.500 carros. El resultado fue de auténtico
terror: los comunistas asesinaron a más de 2.500 personas, siendo uno de los
responsables de tales asesinatos, Yuri Andropov, a la sazón embajador de Moscú
en Hungría y futuro jefe de la KGB y después secretario general del Comité
Central del Partido Comunista y el hombre que en 1982 se convertiría en el
máximo dirigente de una Unión Soviética. Este “hombre glorioso de la URSS”
empleaba la táctica de “negociar con el enemigo”. En realidad, esta negociación
era una trampa mortal: dirigentes húngaros que lo creyeron de buena fe, fueron
apresados y posteriormente ejecutados.
Por aquel entonces había
quien justificaba la actuación soviética porque, claro, los “desmelenamientos
magiares” no se podían permitir. Tal era el caso del PCE, por aquellos años en
la clandestinidad. Esta actitud soviética en Hungría, supuso la ruptura total y
definitiva de algunos miembros con el partido. Pero esta es otra historia.
Pasamos a otra “revuelta”: la
de Georgia en 1.956 también. Como se sabe, esta república era la patria chica
de Stalin, al que se le consideraba un héroe nacional. Siguiendo las
instrucciones de Moscú dadas por Kruschev, se intentó desmantelar todos los
monumentos que el dictador tenía en Tiflis, la capital. La reacción no se hizo
esperar: manifestaciones masivas en contra de tales desmantelamientos. El
resultado ya se puede imaginar: de nuevo el general Serov entra en acción
atacando a bayoneta calada a los manifestantes, además de emplear tanques y
tropas especiales. Conclusión: centenares de personas, en su mayoría
estudiantes, fueron asesinadas en las calles.
También hubo otras
represiones en algunas repúblicas del Asia Central y en la región del Báltico.
Y para terminar, una
consideración. A pesar de que Kruschev en el famoso XX Congreso del PCUS
condenaba los crímenes de Stalin, él, Kruschev, no fue menos criminal que su
criticado. La diferencia entre los asesinatos en la época de Stalin y los de la
época de Kruschev, era que la eliminación solía ser una decisión personal de
Stalin, mientras que Kruschev llevaba el asunto al Presidium para que pareciese
una decisión tomada unánime y democráticamente.
Nota.- Recomendamos leer el
comentario sobre el libro “KGB: Leales camaradas, asesinos implacables”, insertado
en este blog con fecha 7 de noviembre de 2.021, en el que se ve, entre otras cosas,
la catadura moral de Nikita Kruschef.
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