Como ya hemos dicho muchas
veces, la izquierda “ama la libertad”, el nihilismo y el relativismo, sobre
todo en lo moral y en lo ético. Pero en otros aspectos es de una intransigencia
y de un absolutismo insultante e incoherente.
Si repasamos someramente la
verdadera Historia, vemos que la izquierda ha establecido un dogma, que es el
considerar que no hay revolución sin terror. Y para ello se remonta a la
Revolución Francesa. Con esta logomaquia se justifica el terror empleado por
las terribles e inhumanas dictaduras comunistas. Además, y para disimular, en
una constante metamorfosis, siempre saca a relucir sus slóganes y consignas de
siempre: todo tipo de luchas, (incluidas las de sexo), por la “liberación”, la
justicia, la igualdad, la creación del “hombre nuevo” y del “porvenir radiante
de la Humanidad”, etc, etc. Objetivo: confundir al “pueblo soberano”.
Sin embargo, cuando se habla
del terrorismo del “otro bando”, el del totalitarismo nazi, por ejemplo, el
asunto cambia: los “pensadores químicos” han asentado y decidido que este terrorismo
es de “extrema derecha” siendo, por lo tanto, execrable y monstruoso. Esto hace
que el terror se justifique cuando proviene de la izquierda. No hay nada más
que ver, por poner un ejemplo, lo que decía un fanático y pedante marxista
infumable: que Pinochet y Franco, habían aplicado el terror con muchísima más
intensidad que Lenin, a la vez que defendía a Stalin. Claro, hay que defender
la dictadura del proletariado, que no deja de ser un eufemismo para nombrar,
llamar o designar el terror, oiga. Las ilusiones revolucionarias aún perduran,
a pesar de la desaparición de la URSS y del paso de China al capitalismo.
Estas ilusiones
revolucionarias, siguen ahora por otros derroteros: desilusionados por la
implosión de la citada URSS, y desilusionados también por el comportamiento de
los países excomunistas, ya que pensaban que iba haber otra revolución para
instaurar de nuevo el marxismo-leninismo, se han decantado por el apoyo al
Islam. Gran contradicción e incoherencia, ya que ninguno de estos jóvenes y “jóvenas”,
y algún viejo, que apoyan este nuevo terrorismo, viviría un día bajo un régimen
islamista, ya sea de corte talibán o de la rigidez de Arabia Saudí. Y la razón
es bien sencilla: son ateos y, obviamente, no creen en el Corán ni en Alá, a la
vez que no consideran a las mujeres como seres inferiores. Serían los primeros
ejecutados.
Pero es igual: su fanatismo y
su clíbano mental son ilimitados. Como muestra de este fanatismo está el libro “El cero y el infinito” de Arthur
Koestler, Círculo de Lectores, 300 páginas incluido el Índice, comentado en
este blog con fecha 3 de enero de 2.027.
El
autor, que fue comunista convencido, nos narra los
sanguinarios y terribles procesos
stalinianos de Moscú de los años treinta del siglo pasado, en los que
cientos y cientos, quizá miles, de miembros del PCUS, fueron ejecutados. El
protagonista de la obra, Rubashov, en la cárcel, entre los interrogatorios y
torturas, medita sobre la inexplicable, ilógica e incoherente actitud del partido con las personas que en
su día estuvieron al servicio de la revolución. A pesar de darse cuenta, hasta
cierto punto, del embeleco comunista, termina justificando la falsedad de los
juicios, de las mentiras y de las acusaciones como el último deber hacia el
partido. Más fanatismo no se puede pedir.
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