Hay políticos, más bien
politicastros, que hablan y hablan
hilando frases más o menos rimbombantes y huecas, con el objeto de conseguir tres fines: causar
efecto, dar buena impresión y capturar votos. Si además se consigue que el
auditorio aplauda a rabiar, entonces se logra lo deseado. Es el desiderátum,
que diría Ortega y Gasset.
Hemos pasado de un sistema a
otro en el que todo está permitido y en el que todo vale. No hace falta
disfrazarlo con efectismos. Para estos menesteres, están los “intelectuales”,
la mayor parte de ellos pedantes infumables, que están haciendo un daño irreparable
al concepto del verdadero intelectual.
Salen a la palestra y tal
como se les oye expresarse, con “discursos” preñados de bobaliconería, uno se
pregunta que cómo es posible que esto se permita. Porque estos “oradores”,
dispensadores de “noes” y “valeyas”, hacen poner en duda que el noble ejercicio
del pensamiento pueda existir. Parece que, además de Montesquieu, el sentido
crítico también ha muerto. No hay nada más que ver la dirección que le dan a la
“kurtura”.
Llama la atención, cómo estos
politicastros son apoyados por otros procedentes de otras cavernas, a los que
les echan una mano. Hoy por ti y mañana por mí, oiga. Y si se ven poco
arropados, entonces acude el resto de la “intelectualidad” con lo más
“granado”, que diría un pedante marxista infumable.
El papel del intelectual ha
llegado a tal mitificación, que hoy se emplea este calificativo para designar a
media docena de progres que tienen menos ideas en su cerebro, que carne pueda tener
una mosca en su tobillo: “Qvod natura non dat, Salmantica non praestat”. Esta
mitificación surgió, como casi todo el mundo sabe, de la Internacional
Comunista, que buscó en su momento la atracción del
“prestigioso” mundo de la cultura para crear opinión favorable a su mensaje y
doctrina, con la intención de crear lo que luego se llamó la “cultura popular”,
que no es otra cosa que turbas de “folclóricas”, “poetas”, “artiscejos”,
nigromantes, quiromantes, visionarios, “anthonyblakes”, “rappeles”,
guitarristas de aporreo, bufones y espectáculos de tabalarios y tetas. Por
supuesto que para organizar y dar salida a todo esto, hacen falta pastores (o
sacerdotes) e iglesias (o templos). Los primeros serían los “intelectuales” y
los segundos las “casas de la kurtura”.
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