La situación de los españoles volvió a ser desesperada, pues al día siguiente de la matanza de Alvarado, miles de indios comenzaron a atacar la guarnición española. La lucha se prolongó varios días, ya que los mexicanos lanzaban flechas incendiarias que quemaron buena parte el techo de paja de los refugios españoles, muriendo muchos de ellos.
Al tercer día, Cortés le pidió a Moctezuma que calmara a su pueblo para que los
españoles pudieran salir de la ciudad tranquilamente. Ya era tarde: los aztecas
ya habían proclamado con anterioridad otro emperador y terminaron por apedrear
a Moctezuma hasta herirlo. La respuesta fue contundente: no dejarían salir con
vida a ningún español.
Entre tanto, Moctezuma que, como recordarán, estaba prisionero de Cortés, se
murió. Hernán, hábilmente, ofreció el cuerpo del emperador a sus antiguos
súbditos para que lo inhumasen. La respuesta de dichos antiguos súbditos
también fue contundente: “A Moctezuma ni vivo ni muerto”.
Como se comprenderá, la situación de los españoles era poco menos que
desesperada. No les quedaba más remedio que intentar escapar de la ciudad como
fuese. Planearon el asunto para la medianoche del día 30 de junio de 1520,
construyendo un puente portátil para tenderlo sobre las calzadas. Dicho puente
tenía que ser transportado por nada menos que 400 hombres.
Llegada la hora señalada, se repartieron los tesoros que habían conseguido. Los
hombres de Narváez, que no estaban acostumbrados a este tipo de cosas, cargaron
con lo más pesado, mientras que los hombres de Cortés prefirieron las de menos
peso. Cuando emprendieron la marcha dejaron encendidas las hogueras con el
objeto de hacer creer a los aztecas que seguían en su sitio.
La noche señalada era muy oscura, además de caer una fina lluvia. Los aztecas
estaban completamente dormidos mientras los españoles ya se encontraban en las
calles, llegando incluso a tender el puente por el que pasó la artillería sin
ningún problema. En ese mismo instante se oyó un grito de alarma: los
centinelas se avisaron unos a otros y lo sacerdotes del templo comenzaron a
llamar a los guerreros por medio de un gran tambor hecho de cuero de serpiente.
Ni qué decir tiene que miles de nativos atacaron a los españoles por los cuatro
costados, entablándose una lucha cuerpo a cuerpo. Lo que salvó la vida a muchos
españoles fue que los indios ponían más empeño en hacer prisioneros que matar
al enemigo. El objetivo era llevarlos vivos para ofrecerlos como sacrificio en
el pavoroso altar del templo.
En la próxima entrega veremos cómo muchos de los españoles, entre ellos Cortés,
lograron salvarse gracias a las joyas que llevaban.
Continuará.
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