Como decíamos en la anterior entrega, en ésta veremos las reacciones de Moctezuma y de Cortés, cuando éste visitó el templo de los dioses aztecas, quedando asustado de lo que allí vio.
Una vez solicitado el permiso para visitar
el enorme templo de la capital, y ya dentro de él, Cortés contempló con gran
asombro la gran monstruosidad que allí se hacía: sacrificios humanos a los
dioses. Como consecuencia de esto, los altares en donde se realizaban estos
sacrificios, tenían sus piedras totalmente ennegrecidas por la sangre seca de
las víctimas, a la vez que se percibían unos olores fétidos por las mismas
razones. Cortés, ante tal espectáculo, le dijo a Moctezuma que le permitiese
limpiar al templo, y una vez hecha esta tarea, le dijo que iba a levantar un
templo cristiano, manifestando al emperador que sus dioses eran unos demonios.
Ni qué decir tiene que esto provocó la cólera y la ira de Moctezuma, el cual le
dijo a Hernán que de haber sabido que los españoles venían a insultar a sus
dioses y a su religión, no les hubiese dejado llegar hasta allí. Cortés se
arrepintió de haber dicho esto porque, además de en Moctezuma, la cólera y la
ira también aparecieron en los sacerdotes del templo.
El ambiente estaba tenso. En esta
situación llegó a oídos de Hernán que él y sus hombres estaban en peligro y que
alguien les traicionaría. Inmediatamente convocó a sus oficiales exponiéndoles
el asunto. Había que actuar con astucia, como siempre.
La estrategia, un tanto temeraria, fue la
siguiente: acordaron secuestrar a Moctezuma y mantenerlo como rehén. El asunto
era muy difícil, ya que el emperador disponía de miles y miles de hombres
armados que obedecían ciegamente sus órdenes. A pesar de esto, y dada la
complicada y desesperada situación, no desistieron de la captura.
Con el mayor secreto, varios soldados de
Cortés se instalaron en sitios estratégicos de la ciudad, siendo protegidos por
la artillería. Una vez logrado esto, Cortés, acompañado de su escolta
debidamente armada, se propuso visitar a Moctezuma en son de paz. Mantuvieron
una conversación, en la que el Conquistador acusó al emperador de haber
asesinado a unos españoles en la colonia de Villa Rica, cosa que negó
Moctezuma. Cínicamente le contestó que los que habían asesinado a los españoles
serían castigados con severidad. Obviamente, Cortés no quedó satisfecho con
esta proposición.
Una vez dicho todo esto, el español le
dijo a Moctezuma que podría ir a vivir unos días con ellos, no en calidad de
prisionero, sino como huésped. Como es lógico, el emperador no se dejó
embaucar. Le dijo a Cortés que, aunque aceptase la invitación, su pueblo no se
lo permitiría.
Como la cosa no resultaba como estaba
prevista, uno de los españoles perdió los estribos, gritando, que ya bastaba de conversaciones
superfluas. Lo que había que hacer era apoderarse de Moctezuma, y si ponía
resistencia, sería atravesado por las espadas.
El emperador no entendió estas palabras,
pero por los gestos y por los gritos adivinó de qué se trataban. Marina, una
mexicana partidaria de Cortés y que se hallaba presente, convenció a Moctezuma
para que se fuese con los españoles, pues no le iban a hacer nada e iba a ser
un auténtico huésped. Ya fuera de su palacio, y con lágrimas en los ojos, vio
el asombro y el estupor de su pueblo, al que manifestaba que no se preocupase
porque sería bien recibido.
Ya en el cuartel de los españoles, fue
bien tratado. Desde allí atendía y despachaba los asuntos de su pueblo, pero
esto no fue óbice, ni valladar ni cortapisa para que Cortés, que en realidad lo
tenía prisionero, le notificase que era vasallo del rey de España, y que por
tanto tenía que pagar el tributo correspondiente. Y así se hizo
En la próxima entrega veremos los tesoros
recogidos para pagar dicho tributo, y cómo se repartieron.
Continuará.
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