lunes, 17 de mayo de 2021

Pablo


 Creyó firmemente que las puertas del cielo se abrirían, rendidas, en cuanto se atisbase desde dentro la aparición y cercanía de su impresionante figura, forjada de modo triunfal entre las huestes indignadas que un día ocuparan el centro neurálgico de la capital de España.

Creyó en el nacimiento de un nuevo libertador de pueblos oprimidos, un líder valiente, puro y sin tacha, paradigma de la justicia, de la verdad y de la igualdad. El mundo y, para empezar, España, necesitaba un nuevo caudillo capaz de una nueva y moderna redención. Él se creyó el elegido y así se presentó ante ese pueblo a redimir, dispuesto según apunté al principio, a un tan necesario asalto de los cielos. Merced a los enormes valores y méritos que acrisolaba y que le habían sido infundidos por etéreos entes tan sutiles como sublimes, se creyó también justificado y obligado para levantar su voz, utilizándola como azote de los tiranos que en estos momentos eran los amos o dirigentes de un desgraciado pueblo sometido, que gracias a él y bajo su dirección, podría llegar a ser dueño de sus destinos siempre que corriesen parejos con los suyos, culmen y modelo de los más altos y genuinos ideales...Y así con la inestimable colaboración de unos acomplejados compañeros de viaje, sus pasos y su voz se oyeron y, con motivo de unas primeras confrontaciones electorales a nivel europeo, el éxito empezó a sonreírle y le acompañó posteriormente en otras circunstancias. Llegó a creer que su simple presencia hacía temblar al maligno. Caminaba con firmeza hacia la cúspide deseada. Tenía además nombre de apóstol y de líder. Se llamaba Pablo.

Y a partir de aquí fue cuando empezó a creerse de verdad todo lo que su mente tan clara como audaz había ido almacenando y, convenciéndose firmemente que los hados y las hadas con toda certeza le eran propicios y propicias, entendió que su exitosa posición merecía unos aposentos más dignos y decidió el cambio a una mansión señorial acorde con su nivel y en la que dispondría también de una adecuada servidumbre para su disfrute y comodidad. Todo parecía placentero y sonriente pero algo encierra un hecho tan natural como el deseo de una mayor comodidad existencial cotidiana, respaldado además por una envidiable situación económica propiciada por la entrada en el mundo activo de la política. Ese algo, es la conveniencia de tener en cuenta que el mundo político es muy frecuentemente de ida y vuelta y, recordando los cuentos de nuestra niñez, cuando uno se aleja de casa no está de más ir dejando por el camino guijarros o piedrecitas que indiquen el camino de regreso en caso de necesidad. Ignoro si Pablo habrá tenido esta ocurrencia. Lo que sí está claro es que en el camino de ida, ha ido dejando una parte importante de su credibilidad. Algo no encajaba entre sus dichos y sus hechos y, para su desgracia tuvo que recurrir a la mentira como arma tanto ofensiva como defensiva y su aparente riqueza dialéctica, pasmo y asombro un día de mucho crédulo ciudadano, fue mostrando una escasez tan evidente que sus alusiones a fascismo, corrupción, dictadura, injusticia, etc. resultaron tan manidas y repetitivas que se volvieron en su contra al mostrarlo incapaz de hilvanar un discurso esperanzador, constructivo y positivo en lugar de predicar la resurrección de la violencia, rencor y odio que un día sí y otro también, eran sus argumentos y su carta de presentación.

Hoy, tras una muy poco afortunada intentona de ser algo en unas elecciones autonómicas, parece que ha decidido abandonar su actividad política. Su campaña previa en dichas elecciones fue un verdadero desastre en la que nada mínimamente positivo pudo ofrecer ni nada nuevo que aportar. El resultado estuvo acorde con los preludios: pobre, decepcionante y vergonzoso. Hasta sus otrora compañeros de ideales, le pasaron por encima. Ya muy poco quedaba de aquel personaje tan sensible una de cuyas mayores emociones, según afirmó, fue el haber visto maltratados cobardemente por la plebe a los honrados y sacrificados agentes de la seguridad nacional.

Parece que se ha cortado la coleta. Un buen símbolo por parte de alguien a quien, a pesar de su oposición al noble arte, seguro que le hubiese gustado un día recibir orejas y rabo y, sobre todo, dar la vuelta al ruedo.

Francisco Alonso-Graña del Valle

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