Creyó firmemente que las puertas del cielo se abrirían, rendidas, en cuanto se atisbase desde dentro la aparición y cercanía de su impresionante figura, forjada de modo triunfal entre las huestes indignadas que un día ocuparan el centro neurálgico de la capital de España.
Creyó en el nacimiento de un nuevo libertador de pueblos oprimidos, un líder valiente, puro y sin tacha, paradigma de la justicia, de la verdad y de la igualdad. El mundo y, para empezar, España, necesitaba un nuevo caudillo capaz de una nueva y moderna redención. Él se creyó el elegido y así se presentó ante ese pueblo a redimir, dispuesto según apunté al principio, a un tan necesario asalto de los cielos. Merced a los enormes valores y méritos que acrisolaba y que le habían sido infundidos por etéreos entes tan sutiles como sublimes, se creyó también justificado y obligado para levantar su voz, utilizándola como azote de los tiranos que en estos momentos eran los amos o dirigentes de un desgraciado pueblo sometido, que gracias a él y bajo su dirección, podría llegar a ser dueño de sus destinos siempre que corriesen parejos con los suyos, culmen y modelo de los más altos y genuinos ideales...Y así con la inestimable colaboración de unos acomplejados compañeros de viaje, sus pasos y su voz se oyeron y, con motivo de unas primeras confrontaciones electorales a nivel europeo, el éxito empezó a sonreírle y le acompañó posteriormente en otras circunstancias. Llegó a creer que su simple presencia hacía temblar al maligno. Caminaba con firmeza hacia la cúspide deseada. Tenía además nombre de apóstol y de líder. Se llamaba Pablo.
Y a partir de aquí fue cuando empezó a creerse de
verdad todo lo que su mente tan clara como audaz había ido almacenando y,
convenciéndose firmemente que los hados y las hadas con toda certeza le eran
propicios y propicias, entendió que su exitosa posición merecía unos aposentos
más dignos y decidió el cambio a una mansión señorial acorde con su nivel y en
la que dispondría también de una adecuada servidumbre para su disfrute y
comodidad. Todo parecía placentero y sonriente pero algo encierra un hecho tan
natural como el deseo de una mayor comodidad existencial cotidiana, respaldado
además por una envidiable situación económica propiciada por la entrada en el
mundo activo de la política. Ese algo, es la conveniencia de tener en cuenta
que el mundo político es muy frecuentemente de ida y vuelta y, recordando los
cuentos de nuestra niñez, cuando uno se aleja de casa no está de más ir dejando
por el camino guijarros o piedrecitas que indiquen el camino de regreso en caso
de necesidad. Ignoro si Pablo habrá tenido esta ocurrencia. Lo que sí está
claro es que en el camino de ida, ha ido dejando una parte importante de su
credibilidad. Algo no encajaba entre sus dichos y sus hechos y, para su
desgracia tuvo que recurrir a la mentira como arma tanto ofensiva como
defensiva y su aparente riqueza dialéctica, pasmo y asombro un día de mucho
crédulo ciudadano, fue mostrando una escasez tan evidente que sus alusiones a
fascismo, corrupción, dictadura, injusticia, etc. resultaron tan manidas y
repetitivas que se volvieron en su contra al mostrarlo incapaz de hilvanar un
discurso esperanzador, constructivo y positivo en lugar de predicar la
resurrección de la violencia, rencor y odio que un día sí y otro también, eran
sus argumentos y su carta de presentación.
Hoy, tras una muy poco afortunada intentona de ser
algo en unas elecciones autonómicas, parece que ha decidido abandonar su
actividad política. Su campaña previa en dichas elecciones fue un verdadero
desastre en la que nada mínimamente positivo pudo ofrecer ni nada nuevo que
aportar. El resultado estuvo acorde con los preludios: pobre, decepcionante y
vergonzoso. Hasta sus otrora compañeros de ideales, le pasaron por encima. Ya
muy poco quedaba de aquel personaje tan sensible una de cuyas mayores
emociones, según afirmó, fue el haber visto maltratados cobardemente por la
plebe a los honrados y sacrificados agentes de la seguridad nacional.
Parece que se ha cortado la coleta. Un buen símbolo
por parte de alguien a quien, a pesar de su oposición al noble arte, seguro que
le hubiese gustado un día recibir orejas y rabo y, sobre todo, dar la vuelta al
ruedo.
Francisco Alonso-Graña del Valle
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