Estamos contemplando con cierto temor en referencia al futuro político de este país al que todavía llamamos España, a una cierta euforia del PP tras el tremendo éxito electoral en Madrid, pues es muy tentador acudir a la extrapolación elevando a generales unos éxitos que, ya insistimos en más de una ocasión, se debieron en un tanto por ciento altísimo a una figura en concreto, olvidando además en la euforia, que Madrid no es España, que unas elecciones autonómicas no son unas elecciones generales y que el voto de los dudosos que siempre es el que inclina la balanza, no puede suponerse de antemano que vaya a caer del lado apetecido en el momento oportuno. Sería lamentable que una lógica euforia no fuese acompañada de una recomendable prudencia.
Porque tiempo es que las cosas vayan cambiando en esta
España que tanto han deteriorado o al menos que tanto nos han deteriorado a los
que conocimos otra distinta en la que primaban unos valores sin marca política
y sin aspiraciones espurias; unos valores de siempre, amparados bajo el amplio
tejado de la ley natural que es la más natural de las leyes: lo bueno es
siempre bueno y lo malo es siempre malo. Pero hemos dejado paso libre a estos
nuevos profetas de la moral progre, retorcida y apestosa, burda e ignorante y
hemos dejado que nos establezcan unos modos y unas modas que pretenden sean
aceptadas por todos (y por todas y “todes”), creyéndose en el derecho de
dirigir nuestras costumbres hacia lo antinatural, absurdo, malicioso y negativo
a través de una tendenciosa inversión de los valores tradicionales. Y ya sé que
por estas opiniones dirán que mi voz o mi palabra son la voz y la palabra de un
vetusto carca meapilas, creyéndose, en su modernísimo sentido tan progresista,
que llevan la razón manteniendo que hoy vivimos otros tiempos y que los que yo
añoro son arcaicos y despreciables espantajos. Acepto resignadamente lo que
puedan tener mis opiniones de arcaizantes y carcas.
Sí, yo seré un viejo anticuado y aquellos tiempos
serían de opresión y falta de libertad pero durante ellos era impensable, por
ejemplo, que toda una posteriormente señora cabeza de un ministerio, tuviese y
expresase públicamente como una de sus grandes aspiraciones “llegar de noche a
casa sola y borracha” o que toda una alcaldesa recomendase en su manual de
buenas costumbres para jóvenes “apagar la tele y encender el clítoris”.
Suficientemente expresivos son estos dos casos para añadir más, aunque haber
los hay y en cantidad.
Pues esas tenemos y así nos va y resulta que ahora nos
asusta muchísimo que se nos suba a las barbas y nos tome el pelo un vecino rey
allá en nuestra tierra de allende los mares invadiéndola en una tragicómica aventura
en la que muchos de los invasores venían con el convencimiento de asistir gratis
a un partido de fútbol donde jugaba Ronaldo. ¿Dónde está nuestra soberanía?
¿Dónde el orgullo de ser español? Risa daría el acontecimiento si no estuviera
tan cerca del llanto. Y pensamos que Ceuta está muy lejos olvidando que mucho
más cerca está Cataluña, ejerciendo de nación independiente con un desprecio
absoluto a leyes y al resto de la ciudadanía.
Según lo que acabo de exponer y hablando de
invasiones, opino que aquí y hoy podemos ver dos clases evidentes: una, con el
envío directo de más de diez mil invasores y otra mediante la emergencia súbita
de una nación dentro de los límites geográficos de otra pero me pregunto: ¿no
podríamos observar también otra invasión más sutil como es la invasión en
nuestras costumbres de los modos y modas de que hablamos anteriormente? Hemos
dejado ocupar cargos políticos y de gran responsabilidad a verdaderos enemigos
de esta patria nuestra, personajes cuya ideología habíamos vencido y desterrado
y a los que hemos facilitado su labor destructora. Estamos invadidos por la
peor de las invasiones. Hay mucho mal realizado y establecido y es necesario un
cambio radical. Por eso vuelvo al principio y creo que si las encuestas pronostican
hoy una clara tendencia a favor de ese cambio, la lógica pero peligrosa euforia
debe tratarse con la precaución debida, pensando que al final las urnas,
caprichosas, pueden producir graves disgustos.
P. D. Escrito este sencillo artículo, leo en ABC del
lunes 24, uno excelente de Juan Manuel de Prada sobre este mismo tema con
título parecido cuya lectura recomiendo a quien le sea posible al tiempo que me
congratulo por la coincidencia sin pretender comparaciones.
Francisco Alonso-Graña del Valle
No hay comentarios:
Publicar un comentario