domingo, 30 de mayo de 2021

“Así se apoderó Stalin del oro de España” ( I I I )


 

Y seguimos transcribiendo lo escrito por Alexander Orlov, que aparece en el Selecciones del Readr’s Digest de fecha noviembre de 1966, páginas 23 a 31:

Las fuerzas de Franco apretaban su cerco en torno a Madrid y la caída de la capital parecía inminente. El traslado del oro y la plata de las cajas del Banco de España fue ordenado en una disposición secreta, de fecha 13 de setiembre, firmada por el presidente de la República, Manuel Azaña, y el ministro de Hacienda, Dr. Juan Negrín. Este decreto facultaba al ministro para transportar los metales preciosos "al lugar que, en su opinión, ofreciera las mayores garantías de seguridad". También señalaba que, "a su debido tiempo", la transferencia sería regularizada mediante su discusión y aprobación por las Cortes. Sin embargo, este requisito no se cumplió jamás.

Cualquiera que fuere la legalidad del decreto, la medida no implicaba seguramente el envío del tesoro fuera del país. Pero al empeorar la situación militar, Negrín, desesperado, resolvió hacer uso de sus poderes. Con este fin decidió sondear —sólo el presidente y el jefe del Gobierno tenían conocimiento de esta decisión— al agregado comercial soviético acerca de la posibilidad de situar el oro en Rusia. El agregado informó a Moscú, y Stalin aprovechó la oportunidad.

Dos días después de haber recibido la orden de Stalin conferencié con Negrín en nuestra Embajada.

El ministro de Hacienda, un catedrático recién llegado a la Admi-nistración, parecía el verdadero prototipo del intelectual — opuesto teóricamente al comunismo, pero, si bien de una manera vaga, simpatizante con el "gran experimento" ruso. Esta candidez política contribuye a explicar su impulso de enviar el oro a aquel país. Además, con Alemania e Italia al lado de los nacionalistas, y ante la indiferencia de las democracias occidentales, Rusia era un aliado, la única gran potencia que apoyaba a los republicanos españoles.

—¿Dónde están ahora las reservas de oro? —pregunté.

—En Cartagena —contestó—. En una de las viejas grutas, al norte de la ciudad, utilizadas por la Armada como polvorín.

Otra vez la suerte de Stalin, pensé satisfecho. Mi tarea se simplificaba enormemente por el hecho de que el cargamento estuviera ya en Cartagena. Aquella amplia bahía era donde los buques rusos descargaban sus suministros de armamento y equipo. No solamente barcos, sino también personal de confianza soviético, estaban a nuestro alcance fácilmente.

Otro político español tenía que ser informado: el ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto. Necesitábamos sus barcos de guerra para escoltar el cargamento a través del Mediterráneo hasta Odesa, en el mar Negro. Cuando se le consultó, accedió a dar las órdenes necesarias.

La rapidez era vital. El menor rumor expondría nuestros barcos a ser interceptados. Además, el temperamento del pueblo español era tal que, si se filtraba algún indicio de que el tesoro de la nación iba a ser enviado al extranjero —¡y a la Rusia comunista!—, toda la operación, y sus autores, serían exterminados”.

Continuará.



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