Y seguimos transcribiendo lo escrito por Alexander Orlov, que aparece en el Selecciones del Reader’s Digest de fecha noviembre de 1966, páginas 23 a 31.
“Corrían
los primeros meses de la guerra civil española. Durante diez días yo había
estado preparando la "Operación Oro" con todo detalle. Algunos
dirigentes republicanos, temiendo que las reservas oro del país pudieran caer
en poder de las fuerzas del Generalísimo Franco, decidieron confiar el tesoro,
"para mayor seguridad", a José Stalin. Aunque autorizada (con dudosa
legalidad) por dichos dirigentes republicanos, la transacción podía representar
el mayor atraco de la historia.
El envío a la Rusia soviética de la mayor
parte de las reservas españolas de oro —por lo menos seiscientos millones de
dólares, según mis cálculos— ha sido objeto de todo género de rumores y
conjeturas durante más de dos décadas. Del grupo de hombres que estuvieron
implicados en los comienzos de la operación, sólo dos viven todavía: un español
y yo.
Yo
había llegado a Madrid el 16 de setiembre de 1936, unos dos meses después del
comienzo de la guerra civil española, para dirigir un numeroso grupo de
técnicos soviéticos en cuestiones militares y de inteligencia. Mi grado en la
N. K. V. D. era el equivalente a general.
Actuaba
como asesor principal del Gobierno republicano en lo referente a espionaje,
contraespionaje y guerra de guerrillas, un cargo que iba a desempeñar durante
casi dos años. Al igual que todos los rusos destacados en España, sentía una
apasionada devoción por la causa de la República.
Nos
instalamos en el último piso de la Embajada soviética en Madrid, donde
disponíamos de un potente equipo de radio.
Llevaba
allí menos de un mes cuando, el 12 de octubre, el oficial de cifra entró en mi
despacho con el libro de claves bajo el brazo y un radiograma en la mano.
—Acaba
de llegar de Moscú —dijo—, y éstas son las primeras líneas: "Absolutamente
secreto. Debe ser descifrado personalmente por Schwed".
Schwed era mi nombre clave. Descifré el resto
del mensaje. Tras una nota introductoria del jefe de la N. K. V. D., Nikolai
Yezhov, se leía:
"Prepare
con el jefe del Gobierno, Largo Caballero, el envío de las reservas de oro de
España a la Unión Soviética en un vapor ruso. Todo debe hacerse con el máximo
secreto. Si los españoles exigen un recibo, rehuse —repito—, rehuse. Diga que
el Banco del Estado entregará un recibo oficial en Moscú. Le hago personalmente
responsable de la operación. Firmado: Ivan Va-silyevich."
La
firma era el nombre en clave, rara vez utilizado, del propio Stalin.
¿Sería
posible que Largo Caballero y sus colegas, gobernantes de buena fe,
consintieran en poner el oro de su país en las voraces manos de Stalin?
¿Pensarían sinceramente que el Kremlin, que despreciaba la ley y la moralidad
"burguesas,", podría devolver semejante riqueza una vez en posesión
de ella? Pude averiguar que la respuesta a estos interrogantes era afirmativa.
De hecho, la idea de "proteger" las reservas de oro de su posible
captura por parte del enemigo, mediante el envío de las mismas a Rusia, ¡había
tenido su origen en los propios e inquietos líderes republicanos!”.
Continuará.
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