Como decíamos en el anterior
capítulo, en este último veremos someramente las predicaciones de Marx sobre el
trabajo y el Estado que aparecen en el Manifiesto Comunista. Y con esto
terminaremos los artículos sobre el tema.
Como ya sabrán, en el
Manifiesto Comunista se contempla la “equitativa
obligación para todos de trabajar. La formación de ejércitos industriales,
especialmente para la agricultura”. La teoría comunista predica que el
derecho para gozar de lo producido sólo lo da el trabajo. Esto, como otras
muchas tonterías marxistas, no se sostiene porque, vamos a ver: ¿qué será
entonces de los viejos, de los muy jóvenes, de los enfermos y de aquellos cuyo
trabajo no sea necesario de forma temporal, sin que ellos tengan la más mínima
culpa?
Aquí subyace un asunto del
que nadie habla: todos los que puedan trabajar, deben ser obligados a ello,
obligación por medio de la amenaza o por la aplicación del Código Penal muy ad
hoc al sistema ¿Y qué clase de trabajo se hará? ¿Cuál será el más importante?
¿Cómo se retribuirá cada tipo de trabajo? ¿Cobrará lo mismo una limpiadora del
metro de Moscú que una trabajadora de un koljós? La respuesta de los marxistas
es que el trabajo más útil, o más importante, es el que determinen las autoridades.
Se supone que un trabajo “importante” será el de la impresión de todo tipo de
libros y revistas que vayan a favor del régimen. ¿Y si ese mismo trabajo de
impresión se emplea contra el citado régimen? Entonces, ya no es importante,
aunque las horas de trabajo y el sudor sean los mismos en ambos casos. En una
palabra: estamos ante una auténtica censura y carencia de libertad.
Sobre el Estado, las
opiniones de Marx no están claras, porque atentan violentamente contra la
libertad del individuo. Así, el Estado con su poder omnímodo, castigará a las
personas que luchen contra él y lo critiquen. También, y contradictoriamente,
el judío concede mucho poder al Estado, mientras que por otra parte dice que
cuando la revolución comunista se haya consumado, aquél desaparecerá.
Predicción insensata porque el Estado comunista desapareció en la URSS y no precisamente por
haberse instaurado el comunismo. Por otra parte, en países como Corea del
Norte, Cuba, etc, que llevan muchísimos años de comunismo, aún sigue habiendo
un Estado con todas las lacras habidas y por haber.
Pero el cerrilismo de Marx es
total y absoluto, ya que sigue diciendo en el Manifiesto:
“Una vez desaparecidos los antagonismos de clases en
el curso de su desenvolvimiento, y estando concentrada toda la producción en
manos de los individuos asociados, entonces perderá el Poder público su
carácter político. El Poder público, hablando propiamente, es el poder
organizado de una clase para la opresión de las otras. Si el proletariado, en
su lucha contra la burguesía, se constituye fuertemente en clase, si se rige
por una revolución en clase directora y como clase directora destruye
violentamente las antiguas relaciones de producción, destruye, al mismo tiempo
que estas relaciones de producción, las condiciones de existencia del
antagonismo de las clases; destruye las clases en general, y, por lo tanto, su
propia dominación como clases. En substitución de la antigua sociedad burguesa,
con sus clases y sus antagonismos, surgirá una asociación en la que el libre
desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de
todos”.
Nada de esto se cumplió en la
implosionada URSS y en la actual China pseudo comunista. No digamos ya en Cuba.
Vistos todos estos artículos,
nos preguntamos: ¿qué aportó Marx a la Humanidad? Pues tres cosas: tragedia, farsa y
fanatismo. Y decimos fanatismo porque todos los horrores cometidos por los
tiranos criminales comunistas, ya sean Stalin, Pol Pot, Mao, Fidel Castro,
Carrillo, etc, gozan de toda comprensión. Para muestra una frase del asesino de
Paracuellos:
“Cada día es mayor mi amor por el gran Stalin”. O esta otra de Malraux: “Acepto los crímenes de Stalin donde quiera que se cometan”.
Y terminamos con unas
palabras del filósofo Bertrand Russel, que fue un desencantado del comunismo:
«El problema de la humanidad es que los estúpidos
están totalmente seguros, y los inteligentes llenos de dudas”. También transcribimos una frase del sociólogo
francés Gustave Le Bon:
“Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad”.
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