jueves, 31 de diciembre de 2020

Aquella Reválida


 

In memoriam

 “Trae de Granada los baúles y de Sevilla las maletas”. Esta frase, escrita así como parte de un texto dictado en el examen de aquella “nuestra” Reválida, podría acarrear un suspenso en la materia de Lengua Española. Seguro que muchos de ustedes la recuerdan. Se contaba para expresar la dureza de la prueba y yo nunca pude averiguar si se trató de algo real o no pasó de una mera anécdota.

Por aquel entonces, década de los años 40-50, el plan de estudios o ley de enseñanza consistía, tras una época un tanto indefinida de párvulos, en tres cursos de enseñanza primaria rematados por una reválida que habilitaba el paso a un bachillerato de siete cursos, que también terminaba con una reválida de aptitud para estudios superiores o universitarios. A la primera reválida me refiero, en la que participábamos a una edad más o menos de diez años y que constaba de varias partes, una de las cuales, muy importante, era el dictado que cité al principio.

 Y ¿por qué se consideraba que en la frase había faltas de ortografía? Pues porque lo correcto sería: “Trae de Granada los baúles y deshebilla las maletas”, afirmación que merece una explicación: El encargado del dictado, de viva voz, debería haber pronunciado y repetido con detenimiento y claridad toda la frase en cuestión de una forma rigurosamente ortodoxa haciendo, tras la sílaba des una casi imperceptible pausa, previa a la h y pronunciando la b de forma  bilabial, empleando solamente los labios y no labiodental, empleando labio en roce con dientes como debía hacerlo si pronunciase una v. Eran, como digo, sutilezas entonces propias de una estricta y correcta pronunciación propia de una fonética rígida y exigente que también diferenciaba los sonidos ll e y pero que no es el caso que nos ocupa donde la ll es común a las dos palabras.

 Pues de esa escrupulosidad que no hacía más que resaltar la riqueza de nuestro idioma, hemos pasado a un desprecio del mismo a cargo de las mentes preclaras que nos dirigen, hasta postergarlo del primer puesto en nuestro diálogo y escritura comunes, negándole esa característica de vehicular que yo llamaría más llanamente preferente o primordial.

 Vistas las exigencias de aquellos tiempos en materia lingüística, podríamos deducir las exigencias en otros aspectos y considerando que de la exigencia nace el esfuerzo que es precursor de la calidad o categoría, nos encontramos ahora con una nueva Ley de Enseñanza que no premia precisamente el esfuerzo sino que va a facilitar la comodidad, apatía, desgana y el desinterés y que va a conformar unas nuevas generaciones en las que los puestos importantes serán ocupados por los pillos y los listillos con el correspondiente descenso de la expresada calidad y, no digamos, de la excelencia, cualidades que brillarán...pero por su ausencia.

 Lamentable pero no sorprendente, dado el rumbo y nivel rastreros que estamos alcanzando gracias a las que tantas veces por desgracia llamamos ocurrencias de los que hoy dirigen nuestros destinos, que han instaurado precisamente entre nosotros, valga la redundancia el reino de la Ocurrencia y perdonen la expresión monárquica, escrita ya con mayúscula y que, repetimos, es hoy la fuente y origen de la mayoría de decisiones con que ya ni siquiera llegan a asombrarnos  los ideólogos del régimen, sistema o gobierno, a los que no debemos dudar en calificar, dentro de una semántica al uso: “ocurrenciólogos” y “expertitudos” o “expertituosos”, doña Carmen Calvo dixit.

 Francisco Alonso-Graña del Valle

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