In memoriam
“Trae
de Granada los baúles y de Sevilla las maletas”. Esta frase,
escrita así como parte de un texto dictado en el examen de aquella “nuestra”
Reválida, podría acarrear un suspenso en la materia de Lengua Española. Seguro
que muchos de ustedes la recuerdan. Se contaba para expresar la dureza de la
prueba y yo nunca pude averiguar si se trató de algo real o no pasó de una mera
anécdota.
Por
aquel entonces, década de los años 40-50, el plan de estudios o ley de
enseñanza consistía, tras una época un tanto indefinida de párvulos, en tres
cursos de enseñanza primaria rematados por una reválida que habilitaba el paso
a un bachillerato de siete cursos, que también terminaba con una reválida de
aptitud para estudios superiores o universitarios. A la primera reválida me
refiero, en la que participábamos a una edad más o menos de diez años y que
constaba de varias partes, una de las cuales, muy importante, era el dictado
que cité al principio.
Y
¿por qué se consideraba que en la frase había faltas de ortografía? Pues porque
lo correcto sería: “Trae de Granada los baúles y deshebilla las maletas”,
afirmación que merece una explicación: El encargado del dictado, de viva voz,
debería haber pronunciado y repetido con detenimiento y claridad toda la frase
en cuestión de una forma rigurosamente ortodoxa haciendo, tras la sílaba des
una casi imperceptible pausa, previa a la h y pronunciando la b
de forma bilabial, empleando solamente
los labios y no labiodental, empleando labio en roce con dientes como debía
hacerlo si pronunciase una v. Eran, como digo, sutilezas entonces
propias de una estricta y correcta pronunciación propia de una fonética rígida
y exigente que también diferenciaba los sonidos ll e y
pero que no es el caso que nos ocupa donde la ll es común a las
dos palabras.
Pues
de esa escrupulosidad que no hacía más que resaltar la riqueza de nuestro
idioma, hemos pasado a un desprecio del mismo a cargo de las mentes preclaras
que nos dirigen, hasta postergarlo del primer puesto en nuestro diálogo y
escritura comunes, negándole esa característica de vehicular que yo llamaría
más llanamente preferente o primordial.
Vistas
las exigencias de aquellos tiempos en materia lingüística, podríamos deducir
las exigencias en otros aspectos y considerando que de la exigencia nace el
esfuerzo que es precursor de la calidad o categoría, nos encontramos ahora con
una nueva Ley de Enseñanza que no premia precisamente el esfuerzo sino que va a
facilitar la comodidad, apatía, desgana y el desinterés y que va a conformar
unas nuevas generaciones en las que los puestos importantes serán ocupados por
los pillos y los listillos con el correspondiente descenso de la expresada
calidad y, no digamos, de la excelencia, cualidades que brillarán...pero por su
ausencia.
Lamentable
pero no sorprendente, dado el rumbo y nivel rastreros que estamos alcanzando
gracias a las que tantas veces por desgracia llamamos ocurrencias de los que
hoy dirigen nuestros destinos, que han instaurado precisamente entre nosotros,
valga la redundancia el reino de la Ocurrencia y perdonen la expresión
monárquica, escrita ya con mayúscula y que, repetimos, es hoy la fuente y
origen de la mayoría de decisiones con que ya ni siquiera llegan a
asombrarnos los ideólogos del régimen,
sistema o gobierno, a los que no debemos dudar en calificar, dentro de una
semántica al uso: “ocurrenciólogos” y “expertitudos” o “expertituosos”, doña
Carmen Calvo dixit.
Francisco Alonso-Graña del Valle
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