Reconozco
que acabo de poner un título que puede resultar al menos un tanto intrigante y
perdón por ello pero no me apetece cambiarlo y ahora veo lo más difícil: salir
adelante y que no sea “por peteneras”.
Bien,
pues desde las arrimadas de Inés a las lágrimas de Irene, cosas que no tienen
nada que ver con aquello que dice que “desde Santurce a Bilbao vengo por toda
la orilla”, empezaré por las arrimadas de Inés, que estos días van dirigidas
hacia Su Excelencia con motivo de los tan manoseados Presupuestos Generales del
Estado. A la vista de las preferencias actuales de hoy (mañana quién sabe) de
dicho primer ciudadano, sospecho que por mucho que se esfuerce Inés, incluso
aunque llegue a lucir la pantorrilla, el susodicho no va a hacer ni pajolero
caso a esa mano que le tiende con entusiasta e insistente insistencia valga la
redundancia, digna de mayor atención, para que la acepte en vez de aceptar las
de sus socios actuales, algunas de las cuales no demasiado limpias precisamente
sino todo lo contrario.
Y
es que esto de Ciudadanos no alcanzo a vislumbrar lo que pretende. Es claro y
reconocido que hay personas muy valiosas
dentro de ese grupo pero da la impresión de que andan todos un poco por lo libre
con magníficas intervenciones en cuanto
les dejan pronunciarse pero lo que parece es que como partido, y Dios me libre
de hacer juicios categóricos al respecto sino simplemente opinar como podría
hacerlo un peatón o un hombre de la calle español y repito que, como partido,
no acaba de aglutinarse convenientemente y sus buenas ideas corren el peligro
de fundirse desgraciadamente con la nada en las ondas etéreas que sobrevuelan
el Parlamento y que abducen de forma casi inmediata cualquier idea que tenga un
tanto de sentido y cordura. Y además, una de
las debilidades de C’s tan generalizada hoy es ese temor atávico (bueno,
no tan atávico, más bien desde la Transición) a ser tachado de derechas. En
fin, tampoco hay otros muchos que tengan su chance pues su Eminencia
Sapientísima seguirá oyéndolos como quien oye llover. No quisiéramos tener que
entonar un réquiem por el partido de la señora Inés pero al paso que vamos,
quizá sea inevitable. Ojalá no lo sea, pero para ello necesita aclararse más
ante la opinión pública.
En
cuanto a las lágrimas de Irene, todos las hemos visto incipientes en su rostro
compungido por la emoción al entonar una vez más su decidida defensa de la
mujer ante la violencia. Bien está y nadie estará en contra de esta defensa,
pero lo que no es aceptable es que sea hecha de un modo tan partidista,
interesado y con absoluta falta de imparcialidad ya que entonces los suspiros
podrían ser nada más que una teatral concesión a la galería y las lágrimas,
como en la copla únicamente servirían para “caer en la arena” y sumirse en ella
sin más.
Hemos
visto una Irene de lágrima fácil (aunque haya asegurado en su día que las
lloradas se dejan en casa) y nos parece que esto es bueno pues es muestra de
sentido y sensibilidad pero no estaría de más que esta sensibilidad que parece
atesora y que aflora ante la desgracia, la aplicase también ante otras
desgracias o tragedias, por ejemplo la que se repite día tras día con la
práctica del aborto, a la vista de tanta criatura despedazada a la que se ha negado
el derecho a la vida sin un átomo de misericordia. Aquí quisiera ver yo
abundantes lágrimas. Sin embargo aquí, desgraciadamente, sí hemos visto a las
feminazis, en su día, llorar emocionadas pero no de pena sino de alegría al
verse aprobadas leyes que permiten tamaña monstruosidad. Muy difícil encajar
unas lágrimas con otras.
Habrá
que terminar y para ello nada mejor que un manifiesto deseo en defensa de la
vida que me gustaría compartiesen cuantas personas muestran sensibilidad ante
las desgracias que se producen a diario, entre las cuales no cabe duda que,
lastimosamente, ocupa un lugar destacado
la muerte violenta de tanta criatura inocente, digna sí de abundantes
sollozos y lágrimas.
Francisco Alonso-Graña del Valle
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