martes, 22 de diciembre de 2020

¿Qué nos tocará después?


 

Hace ya algún tiempo, creo recordar que desde este mismo medio, yo me preguntaba que hasta dónde llegaría nuestra capacidad de asombro ante tantas y tan variadas “ocurrencias” (no se me viene a la cabeza, de momento, otro calificativo) con que nos sorprenden un día sí y al siguiente también los personajes que, merced a las posibilidades que ofrece una democracia entendida muy sui generis, rigen hoy los destinos de esta nación todavía llamada España, nombre que, dadas los últimos acontecimientos y el modo de pensar de los dichos regidores, nos tememos que pueda desaparecer por sus, sin duda, connotaciones franquistas, al igual que patria, bandera, imperio, heroísmo, lealtad y entrando en el surrealismo, montañas nevadas, flechas al viento, etc. etc.

Y es que, en este momento, pues otros vendrán seguro, le ha tocado el turno de esta especie de locura colectiva, a nuestro, perdón, pues parece que ya no es nuestro, secular y grandioso idioma: el español, víctima de la insaciable insensatez grupal de la nueva intelectualidad que impregna hasta poner pingando a las preclaras mentes que ocupan presidencias, ministerios y otros estamentos o cargos dirigentes que, con gran “expertitud” como diría la señora Calvo, se encargan hoy de conducir los destinos (caramba, esto suena un poco joseantoniano) de, por ahora, mi querida España, esta España mía, esta España nuestra. Ya pueden perdonar mis lectores si los tengo, que repita este nombre, España, insistentemente pues lo hago antes que, merced a una nueva genialidad, constituya un delito el mero hecho de mencionarlo ya que puede pasar a considerarse un invento del difunto, inhumado, exhumado y vuelto a inhumar, caudillo de España y generalísimo de sus ejércitos, Francisco Franco Bahamonde, conocido en la historia como Franco sencillamente. Y lo que en su día fue la Hispania romana o la Spania visigótica si lo oyeron alguna vez nuestros ilustres “expertitudos”, no lo considerarán ni mucho menos como antecedentes dentro de la etimología de España pues esta palabra, como digo, sería exclusivo invento del dictador.

 La “ocurrencia”, no cabe duda, es antológica. Han tenido que pasar unos cuantos siglos para encontrar algo de tal magnitud, digno de un ingenio realmente asombroso y tan original que, como digo, no admite parangón en la historia universal: anulación del español como lengua vehicular, concepto que a fuer de sincero, no alcanzaba yo a interpretar debidamente hasta que consultadas rigurosas fuentes se me aclara que es la lengua en que se enseña, no la que se enseña, con lo cual, creo que me armo más lío todavía que aclaro algo con una definición más, que dice: es también la lengua para las comunicaciones dentro de la comunidad educativa o sea que, hablando en plata “vehicular” en este caso, entiendo que es la lengua común para explicar tanto materias lingüísticas como no lingüísticas, ¡acabáramos, Madre mía del Rosario! Y a Dios gracias que es conocida como lengua materna pues si llega a ser paterna, no puedo imaginarme el trato que sufriría.

 Estamos tratando de la lengua que hablan o hablamos desde hace unos cuantos siglos los llamados hasta ahora hispanohablantes que, según datos consultados somos al presente, quinientos setenta y siete millones, repartidos por el mundo, lo que la sitúa entre los primeros puestos del planeta Tierra (y dije planeta Tierra por aquella cósmica afirmación de la eminente señora Pajín y sus teorías sobre la conflagración planetaria zapaterobámica) y como segunda lengua materna o nativa  con cuatrocientos ochenta y tres millones.

 Y la disparatada pretensión, (creo que todavía no está hecha efectiva), quieren ponerla en práctica velis nolis (utilizo por primera vez esta expresión latina que leí hoy en una interesante 3ª de ABC, obra de Ramón Tamames, mal expresada o transcrita pues se lee volis nolis), que quiere decir quieras o no quieras.

 Pidiendo disculpas por permitirme también alguna “ocurrencia”, terminaré repitiendo la pregunta del título: Una vez asestado este golpe sin precedentes a nuestra lengua ¿Qué nos tocará después?

 Francisco Alonso-Graña del Valle

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