Uno de los mayores criminales y asesinos de toda la
Historia, fue Iósif Vissariónovich
Dzhugashvili, alias Stalin. Falleció este mes de marzo, pero de 1953, a los 75
años de edad. La admiración que tenían muchos políticos e “intelecutales” era,
y es, demencial. Tal admiración llevó a muchos a llamarle “El padre de todos
los pueblos”, “El gran Stalin”, “El hombre que más amamos”, etc.
Los libros “El lobo
del Kremlin”, “Stalin, o la amenaza del mundo”, “Koba el Temible”
y “Carta a Stalin”, comentados en este blog, nos hablan de las monstruosidades
cometidas por este sujeto. También en la obra “Ironías de la historia”,
autor Isaac Deutscher, Ediciones Península, 1969, 311 páginas incluido “Índice”,
se comenta la “personalidad” de Stalin. En la página 14 se lee:
“Ahora éstos
veían al Padre de los Pueblos, enclaustrado como estaba en el Kremlin,
negándose durante los últimos veinticinco años de su vida a dar un vistazo a
una aldea soviética – a una nueva aldea colectivizada -; negándose a descender
a una fábrica y enfrentarse a los obreros; negándose incluso a echar una ojeada
al Ejército del que era generalísimo, dejado sólo para visitar el frente; gastando
su vida en un mundo medio real y medio ficticio de estadísticas y engaños
documentales de propaganda; planeando impuestos imposibles de recaudar; trazando
líneas de frente y líneas de ofensiva en un globo terráqueo de su despacho; viendo
enemigos arrastrarse has él por todos los rincones; tratando a los miembros de
su propio Politburó como a despreciables lacayos, negándose a admitir a
Vorochilov a las sesiones, cerrándole la puerta en las narices a Andreyev, o
reprimiendo a Molotov y Mikoyan; ahogando a sus interlocutores moral
y físicamente; tirando de los hilos de los grandes juicios de las purgas; comprobando
y firmando personalmente 383 listas negras con los nombres de millares de
miembros del partido condenados; ordenando a los jueces y a los miembros de la
N.K.V.D que torturaran a las víctimas de las purgas y obtuvieran confesiones; planificando
la deportación de pueblos enteros y rabiando de impotencia ante las dimensiones
del pueblo ucraniano, demasiado grande
para ser deportado; muriéndose de envidia por el prestigio militar de Zhukov; empujando
con el dedo meñique a Tito y aguardando su inminente caída; rodeado de
densas nubes de incienso y, como opiómano, suspirando por más; insertando, de
su puño y letra, pasajes de alabanza de su genio - ¡y de su modestia! – en
la laudatoria biografía oficial y en los manuales de historia; diseñándose
monumentos mastodónticos, enormes y monstruosamente feos, a sí mismo, e incluyendo
su propio nombre en el nuevo himno nacional que había de sustituir a la
Internacional. Así mostró Khrushchev ante su partido al enorme, torvo, voluble
y morboso monstruo humano ante el cual habían permanecido postrados los
comunistas durante un cuarto de siglo”.
Como decíamos al
principio, la admiración que tenían muchos políticos e “intelecutales” era, y
es, demencial. Esto lo veremos en la próxima entrega.
Continuará.
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