martes, 17 de marzo de 2020

Controlar la democracia



Según el diccionario de los “inmortales” de la RAE, democracia es:

1. f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno.

2. f. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.

Tal definición parece lógica, pero había que hacer muchas matizaciones. En primer lugar, no se concibe una democracia en la que el Jefe del Estado es un sujeto que  no ha sido elegido por el pueblo. Y que no nos hablen de una monarquía parlamentaria porque, dígase lo que se diga, es un contrasentido y un oxímoron.

En una democracia auténtica y verdaderamente digna del pueblo, la sociedad civil se moviliza para controlar el poder con el objeto, entre otras cosas, de evitar todo tipo de abusos y corrupciones.

La democracia, si es que se puede llamar así, que tenemos en España desde hace casi cuarenta años, siempre se ha visto envuelta en la corrupción por mor de la ausencia de valores de los ineptos que la dirigieron y la dirigen. Lo curioso del caso es que los votantes en vez de pedir y exigir cuentas se cruzan de brazos. Con “indignarse” tienen bastante.

¿Por qué no se controlan los excesos de poder, vengan de senadores, de diputados, de alcaldes o del propio gobierno, así como del “augusto” dormilón? Mientras esto no se haga, toda esta gente seguirá utilizando los inmensos recovecos del Estado para su beneficio personal o político, con la más cara dura y sin presentar ni una sola dimisión.

Son muchas las cosas que se han dinamitado desde la época del “gonzalato” hasta nuestros días. Una de las más importantes, y que ya ven las consecuencias que está trayendo, es en el campo de la Educación, arrasada y “enrasada” por aquello de la igualdad que, como ya es sabido sobradamente, ha llevado a nuestros educandos a unas cotas de ignorancia supinas.

Aparte de esta ignorancia, los jóvenes que nacieron durante el “gonzalato” y que ahora tienen alrededor de los treinta años,  son personas de una debilidad mental escalofriante. No conocen la excelencia, el esfuerzo, el trabajo, el tesón, la honorabilidad y un montón de cosas más.

Resumiendo: sin contrapoderes no es posible una verdadera democracia, sino una partitocracia cuatrianual endogámica que solo se rige por intereses de partido.



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