Ya hemos hecho referencia varias veces en este blog a
los libros“Memorias políticas y de
guerra”, de Manuel Azaña, Afrodisio Aguado, S.A., Madrid, Ediciones Río
Saja, Madrid, 1976, 583 páginas, incluido el Índice Onomástico, y “Memorias del secretario de Azaña”, de Santos
Martínez Saura, Editorial Planeta S.A., 1999, 799 páginas incluido Índice Onomástico
también. Después de leerlos se llega a la conclusión de que este señor, tan
admirado por muchos, era una persona dada al insulto, al chismorreo, a la
poliquitería y a la pedantería. Como hay que “recuperar la memoria histórica”,
oiga, vamos a ello.
Así, nos habla de “ pazguatos y papanatas”.
Refiriéndose a Margarita Nelken Mansberger, habla de “la Nelken”, diciendo de ésta: “Esto
de que la Nelken opine en cosas de política, me saca de quicio. Es la
indiscreción personificada”. La relación de insultos es proverbial:
idiotas, pueriles, necios, bobos, inútiles y un largo etc.
De Unamuno, que un
día dijo que Azaña era un escritor sin lectores, dice que es “estupidez o mala acción”. De Melquíades
Álvarez dice que es un ser “lastimoso”. Refiriéndose
a Indalecio Prieto dice “que con toda su
listeza no ve más allá de sus narices en las cuestiones un poco delicadas . .
.”, calificándole asimismo de “pasional”
y de tener “acento plebeyo”. A
Albornoz lo califica de “fondo innoble”,
y de Julián Besteiro dice que se cree “el
ombligo del mundo”. De Gil Robles dice que contesta “con su cínica frialdad”.
Su pedantería infumable, le lleva a decir:
“Todos me han aplaudido, menos los radicales”.
Habla constantemente de sus “éxitos”,
“ovaciones”, etc. El colmo es ya cuando dice que “no tengo ahora sustituto”, manifestando también “Llevo
casi dos años afrontando solo todos los debates”, a la vez que le irritaba
cualquier discrepancia. Su jactancia le llevó a hablar de su “formación de artista”.
Se cree autosuficiente para resolver los
problemas, y cuando surge alguno siempre echa la culpa a los demás. Así habla
de la “mediocridad de la clase social que
pugna por preponderar en la República”,
diciendo también que “en todas
partes y en todos los asuntos tropiezo con lo mismo ¿dónde está la gente capaz
de hacer bien las cosas?”
Su descalificación a sus opositores le
lleva a hablar de “obstrucción” y “obstruccionistas”.
En fin, en estos dos libros se ve
claramente la vanidad, la petulancia, la
jactancia y también mucho rencor. De cuestiones importantes de Estado, nada de
nada.
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