jueves, 27 de abril de 2017

Intervención soviética en la República española ( I I I )


¡A LOS TRABAJADORES DEL MUNDO!
Ante el peligro creciente de la reacción y de la guerra, la Internacional Obrera y Socialista declara hallarse dispuesta a entrar en negociaciones con la Internacional Comunista para una acción en común”. Periódico “El Socialista” (Órgano de la Ejecutiva del PSOE), 25 de febrero de 1933, portada. Fuente: http://archivo.fpabloiglesias.es/index.php?r=hemeroteca/ElSocialista


A fines de agosto, las fuerzas de Franco estaban ya firmemente organizadas y marchando victoriosamente sobre Madrid, cuando tres elevados funcionarios de la República española fueron recibidos en Rusia. Iban a comprar pertrechos de guerra, y ofrecían, a cambio, sumas enormes del oro español. No fueron conducidos a Moscú, sino que se les tuvo de incógnito en un hotel de Odesa. Y para ocultar la operación, Stalin promulgó, el viernes 28 de agosto de 1936, un decreto prohibiendo «la exportación, re-exportación o tránsito hacia España de toda clase de armas, municiones, materiales de guerra, aeroplanos y buques de guerra». Este decreto, publicado a través del Comisario del Comercio Extranjero, fue radiado al mundo al lunes siguiente. 

Los «compañeros de viaje» del Komintern y el público, perturbados por tal disposición, se lamentaban privadamente de que Stalin no prestase apoyo a la República española, lo que se interpretaba ahora como una adhesión de Stalin a la política de no-intervención. En realidad, Stalin iba subrepticiamente en apoyo de la República española. Mientras los mentados representantes aguardaban en Odesa, Stalin convocó una sesión extraordinaria del Bureau Político y presentó su plan para una cautelosa intervención en la guerra civil española. Todo ello bajo la capa de su proclamada neutralidad.

Alegaba Stalin que la vieja España había desaparecido y que la nueva España no podía sostenerse por sí sola. Debía forzosamente unirse o al bando de Italia y Alemania, o al campo de sus adversarios. Stalin dijo que ni Francia ni la Gran Bretaña permitirían de buen grado a España, que domina la entrada al Mediterráneo, estar bajo el control de Roma y Berlín. 

Una España amiga era vital para París y Londres. Sin pública intervención, pero mediante un diestro aprovechamiento de su posición como fuente de aprovisionamientos militares, Stalin creía posible crear en España un régimen controlado por él. Una vez hecho esto, podía contar con el respeto de Francia e Inglaterra, obtener de ellas la oferta de una verdadera alianza , o bien aceptarla, o—con ella como base de regateo—llegar a su verdadero objetivo y propósito de siempre: el pacto con Alemania.

Esta era la idea central de Stalin en la intervención en España. Estaba impulsado, además, por la necesidad de responder de algún modo a los amigos extranjeros de la Unión Soviética, que habrían de sentirse poco satisfechos de la gran purga y de la muerte de sus antiguos colegas bolcheviques. El mundo occidental no comprendía lo débil que era entonces el asidero de Stalin sobre el Poder y lo esencial para su supervivencia como dictador el estar defendido en sus sangrientas acciones por los comunistas extranjeros y por eminentes personalidades internacionales. No es mucho decir que su apoyo era primordial para él. Y el hecho de no defender a la República española, combinado con el efecto de la gran purga y de los procesos por traición, podía privarle del apoyo de aquéllos.

Había también ese oro acumulado en España, esos 140.000.000 de libras esterlinas que el Gobierno se hallaba dispuesto a gastar en material bélico. Saber cuánto de ese oro podía ser transportado a Rusia en pago a municiones entregadas a España, mientras la Unión Soviética se adhería oficialmente a su anunciada política de no intervención, era sin duda una cuestión muy urgente. 


Continuará.



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