Como decíamos en la primera entrega, ya que estamos en el “mes republicano” de abril, vamos a dedicar unos artículos para ver la intervención soviética en España, intervención que perseguía, no instaurar una República, sino instaurar el régimen tirano y criminal del comunismo.
Tres países participaron directamente en la Guerra Civil españñola : Alemania, Italia y la Unión Soviética. La participación de Alemania y de Italia fue abierta. Ambos países reconocieron oficialmente la actuación de sus fuerzas expedicionarias en España, exagerando sus hazañas más bien que ocultándolas. Pero Stalin, al contrario de Mussolini, jugó sobre seguro en España. Lejos de alardear de su intervención, le quitó importancia; incluso la ocultó totalmente al principio. La intervención soviética pudo haber sido decisiva en determinados momentos, si hubiese tomado Stalin, al lado de los «leales», los riesgos que Mussolini aceptó al lado de Franco.
Pero Stalin nada arriesgó. Incluso se cercioró, antes de ponerse en movimiento, de que había en el Banco de España oro suficiente para cubrir sobradamente los gastos de su ayuda material. No corrió albur alguno de meter a la Unión Soviética en una guerra grande. Emprendió su intervención dando por lema a los suyos :
«¡ Manteneos fuera del alcance del fuego de la artillería!» Este fue el lema y guía durante toda la intervención en España.
Los esfuerzos de Stalin para llegar a una inteligencia con Hítler no habían tenido éxito aún, y preocupaba mucho al Kremlin el pacto germano-japonés que se negociaba entonces en Berlín.
Al primer estampido de los cañones más allá de los Pirineos, se organizó un servicio secreto de información en el territorio de Franco.
Estas eran meramente medidas de rutina, ya en esos tiempos no existía contacto entre los agentes de Stalin y el Gobierno de Madrid. Lo que se buscaba era transmitir información al Kremlin.
Los agentes soviéticos en Berlín, Roma, Hamburgo, Genova, y Napóles, informaban debida y puntualmente, información que era enviada a Moscú, en donde fue recibida en silencio.
La Komintern, por supuesto, metió mucho ruido. Esta organización, ya apodada algo así como el «centro de los engaños», había sido relegada a un tranquilo suburbio de Moscú, y, después de ser la pretendida antorcha de la revolución mundial, se había convertido en mero auxiliar de la política extranjera de Stalin, algunas veces útil indirectamente; otras, un considerable estorbo.
El único gran servicio que presto fue el de inaugurar la política conocida con el nombre de Frente Popular. Esto significaba que en todo país democrático, los obedientes miembros del Partido Comunista abandonarían su oposición a los poderes gobernantes y, en nombre de la «democracia», unirían sus fuerzas a las de otros partidos políticos. La técnica adoptada era la de elegir, con ayuda de sus «compañeros de viaje» y otras víctimas, gobiernos simpatizantes con la Unión Soviética. Esto había constituido una ayuda muy útil al Kremlin en varios países. En Francia, realmente, el «Front Populaire» había elevado al Poder al socialista León Blun. En la misma España, los gritos de la Komintern eran todavía más fútiles, porque el número de sus afiliados era muy pequeño, sólo había un total de 23.000 en el Partido Comunista. Los Sindicatos obreros españoles y todas las fuertes agrupaciones revolucionarias, sindicalistas, anarquistas, y socialistas, seguían siendo obstinadamente anticomunistas. La República española, después de cinco años de existencia, rehusaba aún reconocer al Gobierno soviético, y no tenía relaciones diplomáticas con Moscú .
A pesar de esto, la Komintern organizó mítines de masas y recogió fondos por todo el mundo para la República española. Desde la Unión Soviética despachó a España como soldados docenas de miles de comunistas extranjeros, que, fuera de la ley en sus propios países, habían estado viviendo en Rusia como refugiados. Stalin se alegraba mucho de poder deshacerse de ellos.
A unos cuantos líderes veteranos de la Komintern, todavía fieles interiormente al ideal de la revolución mundial, la lucha en España les despertó nuevas esperanzas. Estos viejos revolucionarios pensaron realmente que la guerra civil española podría incendiar el mundo. Pero todo su entusiasmo no producía ni municiones, ni tanques, ni aeroplanos, ni uno solo de los abastecimientos que pedía Madrid. La verdadera función de la Komintern en aquellos días fue la de crear conmoción suficiente para ahogar el «escándalo» del silencio de Stalin.
Las revelaciones exageradas del auxilio alemán e italiano a Franco, y los desesperados llamamientos de auxilio de los líderes revolucionarios españoles, no parecían penetrar a través de los muros del Kremlin. La guerra civil española se extendió hasta ser una vasta conflagración; pero Stalin, sin embargo, no se movía. Una corriente ininterrumpida de informes impresionantes llegaba a Moscú.
Continuará.
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