El título completo de este libro es “La velada de Benicarló. Diario de la guerra de España”, autor Manuel Azaña, primera edición por la editorial Reino de Cordelia, 2.011, aunque se dice en esta obra “Primera edición publicada en Buenos Aires por la editorial Losada, en 1.939”. El libro consta de 246 páginas.
Aunque Azaña dice que los personajes de su obra son inventados, no por eso dejan de ser reales, pues representan los distintos pareceres, ideas, mentalidades, etc, que había en los republicanos españoles de aquel entonces. La obra no tiene desperdicio, ya que en ella se ve todo el dramatismo de la España de aquellos años, y no el adulterado por los “historieteros” de nómina.
En la página 43 se relacionan los citados personajes, que son:
Miguel Rivera, diputado a Cortes.
El doctor Lluch, de la Facultad de Medicina de Barcelona.
Blanchart, comandante de Infantería.
Laredo, aviador.
Paquita Vargas, del teatro.
Claudio Marón, abogado.
Eliseo Morales, escritor.
Garcés, exministro.
Un capitán.
Pastrana, prohombre socialista.
Barcala, propagandista.
Vamos a dedicar unos capítulos a este libro, transcribiendo lo que dicen sus personajes, principalmente el exministro Garcés y el prohombre socialista Pastrana. Así, mientras el escritor Morales hace un recuento de las destrucciones en la zona rojo-republicana, el socialista Pastrana le contesta con burla en las páginas 193, 194 y 195:
«Es conmovedor el duelo de ustedes por la destrucción de grandes monumentos españoles, parte improductiva del patrimonio nacional. Algunas personas trabajadas por penas de amor se metieron a frailes. Sería caso nuevo que la tristeza de perder a la mujer amada o de quemarse unos monumentos nos volviese fascistas”. Morales se levanta y se va diciendo: «En esta sala hay tanto humo como el que hay en las cabezas. Vea usted: otros más sensatos andan por ahí fuera. Buenas noches».
Veamos ahora lo que dice el ex ministro Garcés en las páginas 126 y 127:
“¿Dónde está la solidaridad nacional? No se ha visto por parte alguna. La casa comenzó a arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos a apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los otros y a llevarse cada cual lo que podía. Una de las cosas más miserables de estos sucesos ha sido la disociación general, el asalto al Estado, y la disputa por sus despojos. Clase contra clase, partido contra partido, región contra región, regiones contra el Estado. El cabilismo (1) racial de los hispanos ha estallado con más fuerza que la rebelión misma, con tanta fuerza que, durante muchos meses, no los ha dejado tener miedo de los rebeldes y se han empleado en saciar ansias reprimidas. Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía más a mano, si representaba o prometía algún valor económico o político o simplemente de ostentación y aparato. Las patrullas que abren un piso y se llevan los muebles no son de distinta calaña que los secuestradores de empresas o incautadores de teatros y cines o usurpadores de funciones del Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la irritante petulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor pericia, o de méritos hasta ahora desconocidos. Cada cual ha querido llevarse la mayor parte del queso, de un queso que tiene entre sus dientes el zorro enemigo. Cuando empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran Cataluña. Vasconia quería conquistar Navarra; Oviedo, León. Málaga y Almería quisieron conquistar Granada. Valencia, Teruel, Cartagena, Córdoba. Y así otros. Los diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para su distrito, "que estaba muy abandonado", como antes pedían una estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado Gobierno vasco hace política internacional. En Valencia, comistrajos y enjuagues de todos conocidos partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander, con Ministro de Asuntos Exteriores y todo... ¡Pues si es en el ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas, que no fueron oídas. Cada partido, cada provincia, cada sindical, ha querido tener su ejército”.
(1).- Aunque esta palabra no figura en el Diccionario de la RAE, Ortega y Gasset también la empleaba en aquellos tiempos cuando decía que los fenómenos sociales en los que no hay individuos con pensamientos y convicciones propias, eran un cabilismo", llamándolos también "banderías".
Continuará.
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