Y seguimos con la influencia soviética sobre la
II República española que, como ya hemos dicho varias veces, se sigue omitiendo
por los “historieteros” de ahora.
Como ya hemos comentado en diversas ocasiones, en aquella república había un conflicto de intereses: por una parte estaban las directrices y conveniencias de la URSS, y por el otro la defensa de la verdadera República, que era la que defendían los Ortega y Gasset, Marañón, Pérez de Ayala y varios más, que tuvieron que huir a Francia perseguidos por los comunistas. . . y como hay que "recuperar la memoria histórica", allá vamos.
Como podrán ver una vez más, la intervención soviética queda aquí puesta de manifiesto nuevamente. El mismísimo asesino Lavrenti Beria, ejecutado en tiempos y a instancias de Kruschev, confiaba en “los camaradas españoles”.
Después de la represión feroz para afianzar el poder bolchevique, el KGB (NKVD,
según la época) se dedicó, por orden de Stalin, a la caza, captura y exterminio
de trotsquistas. La saña con la que los comunistas los persiguieron fue
implacable, aun sabiendo que eran un grupo minoritario que nunca representó un
peligro para la URSS. Pero el calificativo de trotskista o el de
hitlero-trotskista, basado en la propaganda embustera marxista, servía para
justificar el asesinato. En España se pudo ver con el proceso del POUM, exigido
por Stalin, copia de los procesos de Moscú de 1936-38, con el asesinato de
Andrés Nin. A tal efecto el guacamayo diario Pravda de Moscú escribía: «En
Cataluña la eliminación de los trotsquistas y anarcosindicalistas ha comenzado;
se proseguirá con la misma energía que en la URSS.»
El 20 de agosto de 1940, era asesinado en Méjico León Trotski a manos del catalán
Ramón Mercader, a instancias del «padre del proletariado mundial», José Stalin.
Éste ordenó al verdugo del régimen soviético, Laurencio Beria, que buscara a
los espías más inteligentes de la Policía secreta bolchevique (entonces NKVD)
para la misión. Beria le dijo que los mejores eran los «camaradas españoles»,
pues ya tenían experiencia en las misiones secretas de los comunistas
soviéticos en la guerra civil española. «La sagrada misión» fue confiada a la
agente catalana María de las Heras («camarada Patria»). Ésta se infiltró en el
mundo de Trotsk y le acompañó a Méjico, desde donde envió a Moscú información
sobre sus movimientos e incluso mandó un plano de su casa. Ella sería la
encargada del asesinato. Sin embargo, ocurrió un hecho no previsto: «Orlov»,
representante de la inteligencia soviética en España, desertó y se fue, ¡cómo
no!, a EEUU. Se temió que el desertor revelara cosas sobre María, por lo que
fue llamada a Moscú y apartada de la misión.
Beria nombró entonces jefe de la citada misión a Pavel Sudoplatov (conviene
leer el libro de éste “Operaciones especiales”), quien siguió
decantándose por españoles. En las listas que confeccionó había dos ex
ministros del Gobierno republicano, pero Beria le dijo que había que utilizar a
gente poco conocida. Los elegidos pertenecían al grupo «Madre», formado por
Caridad Mercader y su hijo Ramón. La madre era de confianza, ya que era amante
de un oficial de la NKVD, L. Eitingon.
Ramón sedujo a Silvia Agueloff, que estaba introducida en los círculos
trotskistas parisinos, lo que le permitió infiltrarse en dichos círculos. Esto
le sirvió para viajar a Méjico con Silvia en compañía de su madre y de
Eitingon. Ramón viajó como empresario que quería conocer a Trotski. Fue
presentado a éste por su novia, con lo que visitó varias veces la casa de León.
En la elección del arma para perpetrar el atentado, tanto Caridad como Ramón y
Eitingon se decantaron por un piolet. Una vez cometido el asesinato, Ramón
tenía que salir de casa de Trotski y huir en un coche en el que le esperaban
Caridad y Eitingon.
Pero la cosa no salió como estaba planeada: Trotski movió un poco la cabeza
antes de recibir el golpe de Ramón, lo que permitió que la víctima no muriese
en el acto y le diese tiempo a llamar a sus guardaespaldas. El asesino fue
capturado y condenado a 20 años de cárcel, logrando ocultar su personalidad
durante años. Fue descubierto por un comunista español renegado. Nunca confesó
a las autoridades mejicanas que había actuado por orden de Stalin.
Caridad se refugió en varios sitios antes de
regresar a la URSS, en donde recibiría la Orden de Lenin, máxima condecoración
de la derrumbada Unión Soviética por su participación en el crimen.
Ramón Mercader salió de la cárcel de Méjico en agosto de 1960 y se trasladó a
Moscú con Raquel Mendoza, a la que había conocido en prisión. También recibió
la Orden de Lenin, de manos de Shelepin, jefe del KGB, aparte de la estrella de
oro de héroe de la Unión Soviética. Por los servicios prestados le
proporcionaron un piso en Moscú, una residencia de campo y una jubilación de
general, amén de un trabajo en el centro de estudios marxistas-leninistas de la
capital. A su mujer le dieron otro trabajo en Radio Moscú, en la sección de
habla española.
Ramón murió en 1978, siendo enterrado en Moscú con el nombre falso de Ramón
Ivanovich López, héroe de la Unión Soviética, no sin antes haber pasado varios
años en Cuba actuando de consejero personal de Fidel Castro.
León Trotski había tenido otro atentado del que salió ileso. Su autor fue un
pintor mejicano (Siqueiros), fanático comunista que, encabezando un comando,
entró en el domicilio de León disparando a bocajarro, pero sin conseguir
alcanzarlo tanto a él como a su esposa y a su nieto.
Por supuesto que de esto y otras cosas nada se habla hoy.
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