Sobre este tema,
ya hemos escrito tres artículos: “Protocolo de Kyoto y la energía nuclear”, “Las
mentiras del cambio climático” y “Más sobre el clima”, insertados en este blog
con fechas 25, 26 y 27 de noviembre de 2.023. Seguimos con el tema porque, como
ya saben, está en el “candelabro”.
Como recordarán, el que fuera vicepresidente de EE.UU. de 1993 a 2001, Albert Arnold Gore, popularmente conocido como Al Gore, escribió un libro intitulado “La Tierra en la balanza” (“Earth in the balance”). En este libro dice cosas curiosísimas, tales como “la tarea más urgente para salvar el ambiente es estabilizar la población mundial, que los desarrollos tecnológicos hicieron explotar”. Es decir, el fin justifica los medios: hay que impedir que los países pobres tengan acceso a nuevas tecnologías. En el citado libro, dice concretamente que el aumento de la población africana es una amenaza para los EE.UU. A la vista de esto, algunos han llamado a su libro “Mein planet”, en clarísima alusión al “Mein kampf” del gran exterminador eugenésico Adolf Hitler.
Someramente
recordemos de Al Gore que, durante su mandato, amenazó a Sudáfrica con brutales
represalias económicas en el supuesto de que comprara o produjera medicamentos
para acabar con el sida. No se inmutó ante el genocidio de miles y miles de
personas en Ruanda e Irak. En Sudán, ordenó bombardear una fábrica de
medicamentos, aduciendo que era una represalia antiterrorista. Ni qué decir
tiene que esto era auténtica mentira.
Una vez
visto lo anterior, entremos en materia: el calentamiento global se ha
convertido en un auténtico asunto político de lo más cínico. Cuando Al Gore
dice en su libro que hay que ir a “una transformación radical de la
sociedad”, los “ingenieros de almas”, tan abundantes en la izquierda, se
ponen incondicionalmente a su lado. No necesitan demostración, a pesar de
intentar explicarlo todo “científicamente”. El asunto es bien fácil: mantener
en estado de alarma a la sociedad mediante una serie de ideas machaconamente
insertadas en los medios de comunicación (de confusión muchas veces) tratando
de hacer ver a la gente el final apocalíptico del planeta por culpa del
calentamiento global. Tales ideas no están basadas en ningún experimento
científico, pero valen de espantajo.
Pero, claro,
para obtener asentimiento y
respaldo a estos asertos, necesitaba del conocimiento de los científicos y
necesitaba, también, a los “mass media”. Contar con éstos le fue fácil: a la
masa se le cuenta cualquier fantasía o cualquier “hazaña” deportiva, y la
audiencia está asegurada. Pero atraer a los científicos, es otro asunto.
Allá por los
años 90 cuando Gore inició la campaña del calentamiento, se hizo en aquel mismo
tiempo una encuesta Gallup a los científicos: sólo un 18 % pensaba que podría
haber alguna evidencia de lo que decía Al Gore. Por otra parte, otra encuesta
realizada nada más y nada menos que por Greenpeace, sólo un 13 % de expertos
decía que el calentamiento global era “probable”.
A pesar de
las encuestas anteriores, Gore seguía mintiendo: el 98 % de los científicos
estaban de acuerdo con sus teorías. Además, el calentamiento global se ha
convertido poco menos que en una ciencia, gracias al poder que tenía cuando era
senador y después como vicepresidente. Esta circunstancia le permitió dedicar
grandes cantidades de dinero para cualquier grupo o institución que estuviera
de acuerdo con él. Los que pusieran en duda sus teorías, no les entregaría ni
un centavo.
No olvidemos
que, gracias al poder que antes mencionamos, se hizo un subsecretariado de
estado para “asuntos globales”, cargo que ocupó Timothy Wirth, a la sazón
senador por el estado de Colorado. Con este subsecretariado, ya tenía Gore el
camino despejado para “expandir” sus teorías: no tenía más que manipular
ciertos “acuerdos internacionales” para cambiar criterios y opiniones a base de
gastar miles de millones de dólares del erario público americano. Sin embargo,
el dinero que se gastaba en demostrar, o poner en duda, que tal calentamiento
no existe, provenía del sector privado. Evidentemente, la ventaja la tenía el
sector público en la razón de uno a cincuenta.
No cabe duda
de que Al Gore se aprovechó del Protocolo de Kyoto que, recordemos, pedía a las
naciones que disminuyesen sus emisiones de CO2. a la atmósfera. Y decimos que se
aprovechó porque durante estos último años, los medios de “confusión” afines a
Al Gore han intentado “machacar” a George Bush diciendo que éste no había hecho
caso de Kyoto. Como casi siempre, la mentira hace su aparición. Recordemos que
fue la administración Clinton que, después de firmar el Protocolo, votó en el Senado con un rotundo 95 a
0 (cero), el poner en
funcionamiento, aplicar métodos o medidas para hacer viables las previsiones
del Protocolo, ya que este Protocolo estaba orientado contra EE.UU.
Conviene
recordar también que las emisiones de gases en los países que han adoptado el
Protocolo, han aumentado un 21 %, mientras que en los EE.UU. se incrementaron
sólo en un 7 %. Pero, claro, ya sabemos que los norteamericanos tienen la culpa de todo.
No nos
engañemos: el Protocolo de Kyoto no está pensado para evitar el calentamiento
global, sino para poner barreras y obstáculo a la actividad industrial y
económica de los EE.UU.
“Una
verdad inconveniente”,
la película cacareada y laureada de Al Gore, hay sitios donde está prohibida
porque se estima que una pura propaganda política que no demuestra
científicamente nada.
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