El desprestigio de la casta política va en aumento. Y
va en aumento no sólo por sus momios, sinecuras, prebendas y bicocas, sino
también por el tinglado y actuaciones tanto en las Cámaras como en el exterior,
ya sean en los pasillos o en la calle. También están desprestigiados por el
léxico que usan, que dista mucho de ser un auténtico florilegio.
Si se observa una sesión parlamentaria, se ve el
movimiento de otras personas que no pertenecen a la casta costosa, tales como
ujieres o taquígrafos. Los primeros, con sus carrerillas, llevan mensajes en
bandejitas de plata, oiga, que corresponden a réplicas y dúplicas al adversario
político. Los segundos, son los redactores de los Diario de Sesiones en los que
se plasmaría todo el acontecer parlamentario, aunque muchas veces ciertas cosas
no queden reflejadas en dichos Diarios. También hay otros personajes, como
secretarias, fotógrafos, cámaras de televisión, grabadores de audio y vídeo,
etc, que están allí para informar, aunque en la mayoría de las veces se les
diga qué es lo que tienen que decir u ocultar.
Es curioso ver a los parlamentarios ir de un lugar a
otro agrupándose, y a veces sentándose, junto al banquillo del jefe de grupo,
con el que parece estar confesándose.
Todo esto da la sensación que en las Cámaras se
trabaja, pero ello no es óbice, ni valladar, ni cortapisa, para que algunas de
sus señorías, o “señoríos”, hagan sus crucigramas, se desperecen o echen alguna
que otra siestecilla.
Pero lo más vergonzoso es ver algunas veces las
Cámaras vacías. Y no es porque sus señorías y “señoríos” no hayan acudido:
están en los pasillos, en los que, como decía Enrique de Tapia, “se dice
todo lo que se piensa sin pensar todo lo que se dice. En el Salón de Sesiones
hay que pensar lo que se dice, aunque no se diga lo que se piense”.
Otro asunto vergonzoso es ver el léxico que usan no
solamente los parlamentarios, sino personas más o menos importantes
representativas de los partidos. Pongamos algunos ejemplos. Hay que “recuperar
la memoria histórica”, oiga.
El ex alcalde de Getafe, Pedro Castro, dijo en su día:
“¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que vota
a la derecha?”
La ex ministra socialista Magdalena Álvarez,
decía de Esperanza Aguirre:
“Debería estar tumbada en la
vía o colgada de la catenaria”.
No digamos ya nada cuando a los votantes,
simpatizantes y políticos del PP se les tilda de hijos de puta.
Pero lo más representativo de este léxico
fueron unas palabras de la inefable e ínclita Leire Pajín Iraola, ministra
de Sanidad, Política Social e Igualdad entre octubre de 2010 y diciembre de
2011 durante el gobierno del Bobo Solemne, que dijo en su día, con la elocuencia y léxico propios de los grandes literatos
españoles del Siglo de Oro, y con motivo de haber colocado a una amiga suya en
sanidad:
“Sólo
faltaría que la ministra no pueda nombrar a quien le salga de los cojones”.
Perdón,
señoría, nosotros pensábamos que usted tenía ovarios ¿No le dijeron nada sus
correligionarias feministas? ¿O es que algunas de ellas también tienen dídimos?
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