Y seguimos con el mangoneo de la destartalada
URSS, sobre la Segunda República Española.
Como ya saben, Valentín González “El campesino”
fue un comunista que participó en la Guerra Civil Española luchando en el
Quinto Regimiento, mandando luego la 10ª Brigada Mixta.
Compañeros suyos, como por ejemplo nada más y
nada menos que Líster y Modesto, lo tildaban de espantadizo, cobarde y
fanfarrón. El cruel y cínico Santiago Carrillo lo describe en sus “Memorias”,
Editorial Planeta 2006, página 49, como “un bullicioso y pequeño
subcontratista de carreteras que se hacía notar por su facundia sin que nadie
le tomase en serio”.
Al terminar la Guerra Civil en 1939, Valentín
huyó en barco a la URSS, ingresando en la Escuela Superior de Guerra con la
categoría de Comandante de Brigada. Empezó a conocer la realidad soviética
quedando totalmente decepcionado. En 1949 consiguió escaparse por la frontera
de Irán, y se estableció en Francia, regresando a España en 1977 no queriendo
saber nada con el comunismo, apoyando al PSOE de Felipe González.
Dicho lo anterior, “El campesino” escribió,
entre otras cosas, un libro intitulado “Yo escogí la esclavitud”,
Editorial Maracay, Venezuela 1940, 365 páginas, incluido “Índice”, libro que
tenemos comentado en este blog. En las páginas 39 y 40, nos dice Valentín:
“Ciertamente, para imponer la hegemonía
comunista en la zona republicana, los hombres de Moscú y los jefes stalinistas
españoles habían cometido un sinfín de violencias, de arbitrariedades y de
crímenes. Pero yo, individuo militar de choque, creí siempre que todo esto
respondería a una necesidad revolucionaria.
¡De cuántos hechos de esa índole era responsable
yo mismo!
Yo, exaltadamente español, y en el fondo quizá
más anarquista que comunista, había estado en desacuerdo no pocas veces con
esos agentes rusos y esos líderes, creyendo que no interpretaban justamente las
directivas de Stalin y de la Internacional. Mas, ni en un solo momento había
perdido la fe en la U.R.S.S. y en el partido bolchevique.
Y de repente, ya en marcha hacia la U.R.S.S.,
sentía nacer una angustiosa duda en mi ánimo.
Yo intenté por todos los medios de informarme,
recurriendo a los jefes de las Brigadas Internacionales que habían estado en la
Unión Soviética. Pero todos los hallé herméticamente cerrados; tristones,
temerosos, desconfiados . . .
Era evidente que encontraban harto molestas mis
preguntas y que ninguno quería hablar.
¡Cómo habían gustado ellos la recia, franca y
alegre espontaneidad de los españoles! . . .
¿Por qué ese cambio al encontrarse en un barco
soviético?
¡La mayoría de ellos eran alemanes y habían
venido a España para luchar contra el odiado Hitler¡
¿Acaso presentían ya que en España se había preparado
el próximo pacto ente Hitler y Stalin y también su sacrificio?
Sin duda, sabían mucho y se presentían ya
condenados.
Por primera vez empecé a percibir así
como la existencia de un invisible muro entre ellos y yo”.
¿Figurará algo de esto en la memoria democrática
de Su Sanchidad y de Sor Yolanda?
Continuará.
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