La admiración que tiene el
comunismo por estos tres conceptos, aunque muchas veces lo niegue, ha traído para
la Humanidad gravísimas consecuencias.
La doctrina marxista, y sus
seguidores, rechazan un Absoluto que esté por encima de la Historia,
reemplazándolo por la misma Historia.
En esta aventura,
desastrosamente fenecida, se ha buscado la “liberación de la Humanidad”,
rechazando de forma total todo lo que pudiera ser superior a ella. Las
consecuencias ya las hemos visto: absolutismo, dictadura y tiranía de este
régimen nefando, que ha llevado a los pueblos que han caído bajo este yugo a
una total servidumbre.
Como no se puede recurrir a
nada fuera de la Historia, siendo ésta la que juzga a la Humanidad, todo
depende de que alguien conozca y sepa el “sentido de la Historia”. Si ese
alguien está en posesión de ese conocimiento, podrá juzgar las obras y
actuaciones de los demás. Esto es precisamente lo que sucede con el comunismo.
Carlos Marx, de forma pedante,
presuntuosa y errónea, creyó haber descubierto el sentido de la Historia. Según
él, ésta se dirige y encamina hacia la sociedad comunista por medio de las
revoluciones encabezadas por los partidos comunistas. ¡Quién le iba a decir a
Marx que cien años después de su muerte se demostraría que su doctrina era
inservible, como quedó patente con el desplome de la URSS!
Pero el fanatismo en esta
doctrina aún sigue. No hay nada más que echar un vistazo a ciertos
intelectualillos marxistas, pedantes infumables ellos, que siguen teniendo una
fe ciega en el marxismo-leninismo, al que consideran un absoluto y que sólo
cabe guiarse por él.
Lo curioso de esta doctrina,
es que habla constantemente de democracia. La verdad es que produce hilaridad.
Siempre hablan de “mayoría”, pero, claro, esa mayoría es la que cree en el
marxismo-leninismo. Los “otros” no cuentan. Que se lo pregunten a Lenin cuando
disolvió la Asamblea Constituyente.
De esta disolución, nace y
arranca el proceso de la “democracia” soviética que implantaría el criminal
Stalin con sus errores monumentales, que ya fueron profetizados por la
mismísima Rosa Luxemburgo, que se encontraba en la cárcel por el delito de ser
“comunista revolucionaria”.
El citado criminal, por el
que Carrillo y Alberti sentían un “gran amor”, asesinó, entre otros muchísimos,
a Trotsky y Bujarín, “compañeros desviacionistas”, porque había que consolidar
la democracia, oiga.
Estos fanáticos no admiten
que en vez de los principios marxistas-leninistas, lo primeo que hay que
considerar es la persona en el centro de la vida social, con sus derechos
fundamentales que nadie puede arrebatar y violar por mor de un pretendido bien
común. Tales derechos deben ser
reconocidos y garantizados jurídicamente, y no ser saltados a la torera por
intenciones políticas unilateralmente interpretadas.
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