En nuestros
tiempos de juventud, recordamos que la gente no se escondía para decir
públicamente que eran católicos practicantes, cristianos o creyentes. Hoy,
desgraciadamente, esto se acabó, ya que se ocultan los sentimientos religiosos
y la fe. Parece que da vergüenza.
Sin embargo, los ateos y los agnósticos sí proclaman con orgullo sus sentimientos, cosa a la que tienen perfecto derecho. Pero hay una diferencia: mientras el creyente respeta al ateo, éste se ríe de aquel cuando los expresa públicamente, bien por la prensa, la radio, internet o la televisión. Evidentemente, hay honrosísimas excepciones.
Estos ateos, que presumen de demócratas y demás, faltan a la norma más
elemental de la convivencia pluralista y democrática: el respeto a todo el
mundo y a todas las opiniones que no vayan en contra de nuestra civilización.
Sobre el ateísmo, se ha hablado y escrito mucho, y ahora más que nunca. Como ya
se sabe el ateísmo es la negación de la existencia de Dios, es decir, niega
también la existencia de lo divino y de lo sobrenatural.
Ateos los hubo y los habrá siempre, pero desde los tiempos del judío Marx, se
identifica el ateísmo con el materialismo. A este tipo de ateísmo, los pedantes
marxistas lo denominan “ateísmo científico”, aunque también hay otro tipo de
ateísmo que es el pragmático, que es el que predomina en nuestros tiempos.
Estos ateos no se dan cuenta que ninguna cosa ni ningún ser, pueden dar la vida
a sí mismos. Es decir, el hidrógeno, la gravedad, los quarks, los gravitones,
etc, etc, no pueden engendrarse a sí mismos. A pesar de esta evidencia,
presumen pedantemente que tienen razón. Para ello recurren al sofisma “ad
verecundiam”, que viene a ser como aquello de “lo dijo Blas, punto redondo”. Es
decir, se acepta una proposición como verdadera, no porque lo sea, sino porque
lo dijo una persona a la que se le rinde un culto exagerado, o se la considera
como “el personaje más importante del siglo XX”, refiriéndose al
criminal Lenin.
Pero claro, el tener razón no quiere decir que se esté en posesión de la
verdad. Recordemos el manido ejemplo de Sancho y D. Quijote: éste “tenía razón”
cuando decía que eran gigantes. Sin embargo, Sancho estaba en posesión de la
verdad cuando decían que eran molinos.
También los islamistas tienen “su razón” para oprimir a la mujer, entre otras
muchísimas cosas, pero no tienen la verdad.
Después están los agnósticos que dicen que el entendimiento humano no puede
llegar al conocimiento de Dios, o de lo divino. Evidentemente, hay una
diferencia entre ateo y agnóstico: el primero afirma rotundamente que Dios no
existe, y el segundo dice que no sabe si existe o no existe. Pero ambos tienen
un denominador común: en sus vidas Dios no les importa lo más mínimo.
Sinceramente, respetamos a estas personas. Lo que no entendemos muy bien es que
dichas personas, cuando se ven acorraladas ante razonamientos que destruyen los
suyos, y se les dice, por ejemplo, que den una explicación
"científica" sobre el origen del Cosmos, te sueltan que es producto
de la casualidad, o como diría el ateo físico teórico Stephen Hawking, una “singularidad”.
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