Como ya es sabido, aunque ahora los “memócratas” y demás troupe lo nieguen, en la República instaurada en 1931 había dos aspiraciones e intenciones primordiales: una, que quería una verdadera República sin bota, sin bozal, sin grillete, sin oír, ver y callar, y con respeto, orden y libertad, y la otra de carácter revolucionario promovida y auspiciada por el social-comunismo, llena de populismo, de demagogia y de logomaquia. La primera estaba respaldada por los que se les llamó los “Padres de la República”, verdaderos republicanos, tales como Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, etc, etc.
La otra, la que quería la izquierda, auspiciada por
Azaña, que tenía una idea y un concepto dominante y autoritario, y por el PSOE
que quería implantar la dictadura del proletariado, amén de estar auspiciada
también por comunistas, separatistas y anarquistas, todos ellos partidarios de
la violencia.
Al poco tiempo de instalarse la República, ya
comenzaron las bestiales y feroces ataque y embestidas de estos últimos contra
la Iglesia, incendiando varias, amén de querer instalar una Constitución en la
que no apareciese para nada la religión.
En 1933, el pueblo harto de dos años de desgobierno de
las izquierdas, votó al centro-derecha, llegando al poder de forma pacífica,
tranquila, reglamentaria y legal. Como no podía ser de otra manera, y a pesar
de hablar constantemente de libertad y de democracia, esto no fue aceptado por
los izquierdistas, intentando perturbar y desmoronar el gobierno legítimo que
había salido de las urnas, mediante varios golpes de estado, maquinando, como
dijeron, la guerra civil, que en realidad comenzó en 1934 con la revolución de octubre,
que terminó con 1.400 muertos en casi toda España, amén de bestiales daños
materiales.
Situados ya en 1936, en los comicios, llenos de anomalías
e irregularidades, la izquierda ganó al principio en diputados, aunque jamás se
publicaron los datos reales de tales elecciones. Esta “victoria” ocasionó y
suscito un tremendo desconcierto y desorganización, apareciendo cientos de muertos,
incendios, desgracias, desastres, daños, destrucciones, etc, llegando a su clímax
con el asesinato de Calvo Sotelo, amén de intentar el asesinato de otros
líderes. Como ya saben, y aunque se omita y se silencie, este asesinato fue cometido
por la policía y milicianos sociatas.
Ramón Pérez de Ayala, refiriéndose a los líderes del
Frente Popular y a Manuel Azaña, decía:
“Cuanto se
diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a los
pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco… Lo que nunca pude concebir
es que hubiesen sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza. Hago una
excepción. Me figuré un tiempo que Azaña era de diferente textura y tejido más
noble… En octubre del 34 tuve la primera premonición de lo que verdaderamente
era Azaña. Leyendo luego sus memorias del barco de guerra —tan ruines y
afeminadas— me confirmé. Cuando le vi y hablé siendo ya presidente de la
República, me entró un escalofrío de terror al observar su espantosa
degeneración mental, en el breve espacio de dos años, y adiviné que todo estaba
perdido para España”.
Continuará.
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