sábado, 23 de julio de 2022

“Los nuestros”


 El título completo del libro es “Los nuestros. La vida de una familia en la Unión Soviética contada con sarcasmo”, autor Serguéi Dovlátov, Editorial άltera S.L., 2008, 157 páginas.

Antes de comentar algo sobre este libro, transcribiremos lo que se lee en una de sus solapas y en la contraportada del mismo. En la primera, dice así:

 “Serguéi Dovlátov (1941, Ufa – 1990, Nueva York) murió en la ambulancia que le trasladaba al hospital a causa de la enfermedad que padeció toda la vida: el alcoholismo. Había nacido en septiembre en 1941 en Ufa, durante la evacuación de San Petersburgo en la Segunda Guerra Mundial. En 1978 emigró a Nueva York, en donde publicó en ruso la mayor parte de su obra. Todos sus libros aparecieron después en inglés” con rotundo éxito.

 En la contraportada se lee:

 “Los relatos de los súbditos de la Unión Soviética suelen ser terribles, como espantosa e injusta era la vida bajo el comunismo: persecuciones, exilios, encarcelamientos, despidos, torturas, ejecuciones, miseria, delaciones . . .

 Serguéi Dovlátov, autor de cuentos y novelas, emplea un método particular para describir la maldad y estupidez del régimen bolchevique: el sarcasmo aplicado a la vida cotidiana. A medio camino entre la novela y el cuento, Dovlátov  nos habla  en “Los nuestros” de personajes excéntricos y geniales que son sus parientes: abuelos, tías, primos . . .

 Pero el verdadero protagonista es el universo absurdo, caótico e infranqueable en que se mueven. Un lugar y un tiempo en el que encontrarse a uno u otro lado de la verja del campo de trabajo no suponía más que una mera formalidad”.

 Una vez visto esto, transcribiremos también algunas frases y situaciones que se narran en el libro. Así, en la página 54 se lee:

 Mi tía era miembro del Partido. No la culpo. Muchas personas dignas y honradas fueron a parar al Partido Comunista. Ellos no tienen la culpa. Sólo quería vivir mejor. Ocupar cargos más altos . . .

 Por supuesto, a mi tía le dolía que persiguieran a Ajmátova y Zóschenko. Y cuando se ensañaron con Pasternak incluso se puso enferma. Mi tía decía:

 -        Es una decisión política equivocada. Así es como perdemos nuestro prestigio en Occidente. Como destruimos en parte las conquistas del XX Congreso . . .

 En las páginas 124 y 125 se narra como “los muchachos de la KGB” vigilaban a los escritores disidentes, entre ellos a Sájarov y cómo despedían sarcásticamente a estos “muchachos” diciéndoles que la próxima vez no olvidasen traer la orden de arresto.

 En las páginas 151 y 152 nos narra el autor lo que ocurrió un día después de que su hija regresó del jardín de la infancia. La niña le espetó:

 .- ¿Tú quieres a Brézhnev?

 Hasta entonces no había tenido ocasión de educarla. La percibía como un valioso objeto inanimado. Y he aquí que tenía que explicarle algo. . .

 Le dije:

 .- Sólo se puede querer a quien conoces bien, Por ejemplo a mamá, a la abuela. O, si no hay nada mejor, a mí. A Brézhanev no lo conocemos, aunque veamos a menudo sus retratos. A lo mejor es una buena persona. O tal vez no. ¿Cómo se puede querer a un desconocido? . . .

 .- Pues nuestros maestros lo quieren – dijo mi hija.

 .- A lo mejor ellos lo conocen mejor.

 .- No – dijo mi hija – lo que pasa es que ellos son maestros. Y tú no eres más que papá.

 Luego empezó a hacerse mayor muy  deprisa. Me hacía preguntas complicadas.

 .- ¿Cómo es que siguen sin publicar nada tuyo?.

 .- Porque no quieren.

 .- Escribe entonces sobre un perro.

 En fin, estas palabras se comentan por sí solas.

 Como siempre, libro recomendado en especial para aquellos “demócratas” amantes de la “libertad” y para los pedantes infumables marxistas gramscianos que defendían este monstruoso régimen, y que incluso hablaban de la “pax soviética”.



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