Homilía pronunciada por D. Jesús, párroco de la Iglesia de Santullano de Oviedo, en la Santa Misa de las once del domingo 31 de julio de 2.022.
“Acabamos de escuchar en el Evangelio una
máxima de vida muy actual: «Túmbate, come, bebe y date buena vida».
Desde hace tiempo se ha institucionalizado
en nuestras sociedades modernas el consumo como regla de vida. La consigna es
clara “hay que vivir que son cuatro días”,
y vivir es consumir. Hasta las personas se
han convertido en un objeto de consumo.
En el mercado se nos ofrece juventud,
elegancia, seguridad, poder, vitalidad. La vida la hemos de alimentar en el
consumo.
Otro componente decisivo es la moda. Se
nos crea necesidades para luego ofertarnos los medios para satisfacerlas. En
lugar de las religiones o las ideologías quien orienta la vida de la mayoría de
las personas es la moda. Desde la machacona y seductora publicidad, es la moda
la que nos enseña a vivir y a satisfacer las «necesidades artificiales» de cada
momento.
Y, por supuesto hay que cuidar el cuerpo,
la línea, el peso. Por eso nos hacemos esclavos de la imagen, y por ello hay
que dedicar tiempo al gimnasio, las sesiones de
terapia, los chequeos y seguir de cerca
los programas de consejos médicos y culinarios
No pretendo yo demonizar esta sociedad que
nos ofrece tantas posibilidades para desarrollar una vida integral. Pero
tampoco podemos dejarnos arrastrar por cualquier
moda que reducen la existencia al puro
bienestar material. La parábola evangélica invita a descubrir la insensatez que
se puede encerrar en este planteamiento de vida.
El ser humano no es sólo un sujeto
hambriento de placer y bienestar. Está hecho también para cultivar el espíritu,
conocer la amistad y la ternura, experimentar el misterio de lo transcendente,
agradecer la vida, vivir la solidaridad. A ello nos ayudan esas personas que
nos animan a actuar de manera sensata, critica, razonada.
Como anillo al dedo nos viene la llamada
del apóstol Pablo: “Habéis resucitado con Cristo. En consecuencia, dad muerte a
todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la
codicia y la avaricia, y podríamos añadir hoy, el consumo, que es una
idolatría.
¿Desde qué criterios, valores,
aspiraciones estoy viviendo yo mi vida? ¿Cuánto manda el consumo en mis criterios
de bien vivir?
El rico de la parábola no se da cuenta de
que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza
vaciándolo de toda dignidad. Sólo vive para acumular y aumentar su bienestar
material.
De pronto, la voz de Dios interrumpe sus
sueños «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de
quién será?». Desde la mirada de Dios la vida de este
hombre es una insensatez. Agranda sus
graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acumula bienes, pero
no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe
dar ni compartir, sólo acaparar.
Desde hace meses estamos viviendo una
nueva crisis económica y social provocada por la invasión rusa de Ucrania.
Parece que el único culpable es Putin. Pero detrás de esta crisis, de las
anteriores y de las que, tal vez, vendrán hay una crisis de ambición.
Los países ricos, los grandes capitales,
la banca, los poderosos de este mundo...cada uno de nosotros con frecuencia
queremos vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular
bienestar sin límite y olvidando cada vez más a los que se hunden en la pobreza
y el hambre. Esta crisis, como todas, apalea más duramente a los más pobres.
Quizás desde esta realidad podamos entender
la desconcertante aseveración de la primera lectura de hoy, tomada del libro
del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Es decir. Esta manera
de actuar, de organizar la vida personal y la vida social no tiene sentido, es
una insensatez, nos aboca al vacío espiritual y nos deshumaniza.
Y resuena de nuevo la llamada del apóstol
Pablo: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba,
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba,
no a los de la tierra”. Y los bienes que se ajustan a los de allá arriba no
serán la fraternidad entrañable, la justica, la solidaridad, la libertad, la apertura
a Dios, el disfrute de la dignidad humana por todas las personas sin distinción
que Cristo nos ha ganado con su muerte y resurrección.
Sostenidos por la Eucaristía y la oración,
podemos ponernos como meta lograr cada día un estilo de vida que sepa disfrutar
de los bienes materiales y espirituales que tenemos a nuestro alcance, ¡por
supuesto!, pero desde la practica decidida y consciente de un vivir más
austero, sencillo y solidario.”
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