Así se intitula el libro del que fuera secretario de Azaña entre los años 1935 y 1939, Santos Martínez Saura, Editorial Planeta S.A., 1999, 799 páginas incluido Índice Onomástico, Edición y Prólogo de Isabelo Herreros Martín-Maestro, Nota Preliminar de Paloma Zubieta López.
Ya hemos hecho referencia a este libro en varios de
nuestros artículos. Ahora vamos a ver lo
que nos dice su autor en el párrafo intitulado “Asturias”, páginas 763 a 769, dentro del apartado “Información
del Norte”, páginas 759 a 771, “Apéndice
I I”.
“Asturias”
Equilibradas las fuerzas socialistas y de la CNT, y éstas bastante
sensatas, toman en los primeros momentos la dirección de la provincia en todos
los aspectos, incluso el militar, concediendo un margen de beligerancia al
Partido Comunista, que era poco numeroso al empezar la guerra.
Todos los ensayos sobre colectivizaciones encontraron allí ancho
campo; se abolió el dinero, se reglamentó el consumo, se intentó transformarlo
todo en un relámpago, tendiendo a la creación de un Estado nodriza en que el
ciudadano lo encuentra todo resuelto porque todo alcanza la acción reguladora y
organizadora del poder.
Para abreviar, veamos el resultado: la agricultura en ruinas, la
ganadería diezmada, la pequeña industria y el pequeño comercio desaparecidos
sin indemnización, las grandes industrias, especialmente las pesadas, donde las
necesidades de la guerra aseguraban la continuidad del trabajo, producían tan
caro que la tonelada de fundición costaba 399 pesetas más que antes del
conflicto; en las minas, en el mes de septiembre pasado, se aprobaba una subida
de precios equivalente a un 80 por ciento. El hundimiento y destrucción de toda
la economía asturiana fue total; no se puede pedir más trabajo en un año.
Lo mismo que cuando Aguirre en Vizcaya se convirtió en
generalísimo, es indudable que cuando el Consejo de Asturias se transformó en
soberano desconocía en absoluto la situación creada; creyeron que se podría
resistir y ser una nueva Covadonga, y si esto hubiera llegado a ser cierto, es
muy posible que los problemas de índole político-social que hubieran planteado
al Gobierno el día de mañana hagan que se consideren como mal menor la pérdida
de la provincia.
Examinemos aisladamente la acción política y el desarrollo de las
operaciones desde la constitución del consejo soberano.
Los comunistas, que al principio de la guerra habían desarrollado
una propaganda intensa, aumentaron sus efectivos en gran escala y consiguieron
que se les afiliaran el 90 por ciento de los mandos profesionales del ejército.
Impulsados por este la noche en que el consejo se reunió para declararse
soberano, hicieron una concentración de fuerzas propias con ánimo de fusilar a
los consejeros si entre sus acuerdos se adoptaba el de no obedecer al poder
central. Esos mismos elementos fueron los que, tomando la justicia por su mano,
pensaron en el fusilamiento del general Gámir.
En el orden militar, el consejo lo fiscalizaba e involucraba todo;
hasta el cambio de un oficial de batallón a otro era motivo de discusión y de
disgusto. Como los generales por no tomárselo desde Santander hacían a todo la
vista gorda y el jefe del Cuerpo de Ejército, teniente coronel Linares, era
hombre débil para dar la batalla que definiera atribuciones, se llegó a
extremos inconcebibles como los siguientes:
Arribaba algún barco con efectos militares -uniformes, por
ejemplo-: se incautaba de él la Consejería de Comercio, lo descargaba,
inventariaba y al cabo de uno o dos meses decía a Intendencia lo que había
llegado y al precio que tenía que abonarlo, dándose casos de poner a la venta
al público piezas de tela caqui cuando los soldados estaban sin vestir.
Con Abastos sucedía igual; cada día se entregaba a Intendencia,
por las tardes, los víveres que iban a consumir al día siguiente en los frentes
y nunca sabía el mando si a las cuarenta y ocho horas sus tropas iban a tener
que comer.
Al coronel Prada se le exigía una relación diaria de él, sus
ayudantes, chóferes y soldados de la guardia, para sacar dieciséis raciones de
intendencia para su sustento; en cambio, para las consejerías se sacaban doce
mil diarias sin intervención ni control de nadie.
El servicio de comunicaciones dependía de la consejería
respectivamente, y a fines de septiembre, al atacar el enemigo el puerto de
Tarna, el jefe que se encontraba allí pide comunicación urgente con Mieres para
ordenar la salida de un batallón y le contesta la central telefónica de Pola de
Laviana que le pondrá la conferencia cuando acabe el servicio particular que,
como pagaba, tenía preferencia. A las cuatro horas se perdía el puerto de
Tarna.
Otra noche, a fines de septiembre, ante una amenaza enemiga al puerto
del Pontón se dispone un movimiento de fuerzas; al llegar la orden a la
cabecera de la brigada en Cangas de Onís, se encontraba presente el consejero
Segundo Blanco, quien dijo que bajo su responsabilidad no se cumpliera tal
orden. Al día siguiente se perdía la posición de La Conia, llave de la sierra
de Beza y del puerto.
Pretendieron hasta intervenir la comunicación del coronel Prada
con el Ministerio de Defensa, a lo que aquél se negó de un modo terminante y
reiteradas veces pidió al mismo instrucciones sobre su dependencia y relación
con el Consejo, contestándole por fin, el 12 de octubre, cuando ya nada se
podía hacer, que sus atribuciones eran las del jefe militar en plaza sitiada.
En las instrucciones que el coronel Prada daba al teniente coronel
Arredondo -cuando éste iba a ser evacuado- para que llegaran a conocimiento del
Gobierno, figuraba la denuncia de que la policía se dedicaba a la detención de
muchachas agraciadas, que acusaban de fascistas y que eran violadas en la
cárcel.
En el mes de octubre se le debían a las tropas los sueldos y
pluses de junio a septiembre, ambos inclusive, y sólo el Sindicato de Camareros
tenía en caja 47 millones de pesetas en billetes del Banco de España.
A los mandos militares se los vejaba sembrando entre las tropas la
desconfianza en ellos y eran a menudo los mismos consejeros los que publicaban
artículos en la prensa que contribuían a tales fines, como el artículo titulado
"Ni honra ni barcos", publicado en el periódico “Avance” y
debido a la pluma de Amador Fernández. Los comisarios políticos, en lugar de
auxiliarlos, los espiaban. Una nube de interventores civiles lo fiscalizaba
todo y se llegó a la desobediencia al ministro, que ordenó la evacuación de
jefes y oficiales sobrantes de Santander y, después de embarcados, se obligó a
quedar en tierra caprichosamente a los tenientes coroneles Arredondo y García
Vayas.
Estos casos bastan para dar una ligera idea de la línea de
conducta del Consejo Soberano”.
Nota.-
Lo destacado en rojo y en negrita es nuestro.
Continuará.
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