En la anterior entrega decíamos que en ésta íbamos a ver a los emisarios de Moctezuma dirigirse a los españoles, pidiendo Hernán Cortés entrevistarse con él. Moctezuma también quería saber qué clase de gente eran los españoles, y qué era lo que buscaban.
Una vez ya en presencia de Hernán, que los
había recibido con suma cortesía, por medio de intérpretes les dijo que él era
el servidor de un soberano muy poderoso. Con gran habilidad y diplomacia,
Cortés les dijo que su rey, sabedor de la honradez y grandeza de Moctezuma,
quería entablar relaciones con él y traerle algún obsequio, pidiendo a los
emisarios fecha y lugar para entrevistarse con el emperador.
Los nativos replicaron a Cortés que su
emperador era también muy poderoso y que era un tanto difícil entrevistarse con
él. No obstante, los indios, como acto de buena voluntad y queriendo establecer
relaciones cordiales, entregaron a Cortés y a sus hombres varios regalos que
traían: mantos de algodón, artículos
artísticos hechos con plumas y oro, que era lo que en realidad deseaban los
españoles.
Como contrapartida, Cortés poco tenía que
ofrecer: una silla pintada y una especie de rosario de vidrio. Pero, hábilmente,
y con el objeto de mantener en los emisarios de Moctezuma la impresión de
poderío y majestad, organizó un desfile de caballos, a la vez que se disparaban
os cañones. Ni qué decir tiene que los mejicanos quedaron profundamente
alarmados, lo que no fue óbice, ni valladar, ni cortapisa, para que sus dibujantes comenzasen a pintar
esbozos de lo que estaban viendo: caballos, jinetes, cañones y embarcaciones.
Moctezuma recibió los dibujos de sus
emisarios, a la vez que quedó un tanto asustado de las exigencias de aquellos
hombres blancos, no estando dispuesto a recibirlos. Pero en ese momento se acordó de una vieja leyenda azteca que
decía que en tiempos muy remotos había aparecido un dios blanco en forma de
hombre, el cual había enseñado a los indios, entre otras cosas, a labrar la tierra,
el oro y la plata. Durante el tiempo que vivió aquel dios entre los indios, la
prosperidad fue inmensa. Cuando se fue, les prometió que volvería y que sus
“Hijos del Sol” tomarían posesión de esa tierra.
Con el recuerdo de esta leyenda, pensó que
debería recibir amistosamente a los españoles, pues no sabía si éstos eran
simples seres humanos, o los dioses que habrían vuelto a tomar posesión de su
tierra. Ante la posibilidad de que
fueran los dioses, Moctezuma decidió enviar nuevos emisarios a Cortés. Los
regalos de esta vez ya eran de categoría: un gran disco de oro que era del
tamaño de la rueda de un carro, así como otra rueda de plata. También les ofreció
un yelmo lleno de oro molido.
Pero tales regalos tenía un fin: echar a
los españoles. A tal efecto les dijo que tomasen los regalos que les había
enviado, pero que se hiciesen a la mar,
contando siempre con la amistad del azteca.
En la próxima entrega veremos que Cortés
no siguió las indicaciones de Moctezuma, trasladándose con sus hombres al norte siguiendo la dirección de la costa.
Continuará.
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