Como decíamos en la anterior entrega, en ésta y en las próximas veremos las vicisitudes por las que pasó Cortés en la capital mexicana como huésped de Moctezuma, que en ese momento llegaba con regalos, joyas y piedras preciosas para los españoles, como habíamos visto en el anterior artículo.
Saludó a Hernán Cortés con educación y
cortesía, aunque no permitió que el español le abrazase, diciéndole que les
daría cuanto necesitasen, ya que estaban en su casa y país.
Inmediatamente los llevó a lo que iba a
ser la residencia de los conquistadores: un palacio de piedra ubicado en el
centro de la ciudad. Según caminaban hacia él, iban viendo las construcciones
que aparecían ante sus ojos: fortalezas rodeadas de muros y templos dedicados a
los dioses aztecas, en cuyas cimas se encontraba siempre el fuego sagrado.
La gente que observaba el tránsito de los
españoles, se quedaba asombrada principalmente al observar a los jinetes que
jamás habían visto, así como el cañón.
Ya instalados en el palacio, enorme
edificio en el que había sitio de sobra para los españoles y sus aliados
trascaltecas, lo primero que hizo Cortés, para prevenir cualquier ataque, fue
fortificarlo. Una vez hecho esto, Cortés se dedicó a visitar la ciudad, con el
beneplácito de Moctezuma, quien además lo llevó a su palacio imperial.
Cortés se quedó atónico al ver la
lujosísima mansión con sus jardines colgantes, espléndidas piscinas, acuarios,
animales . . .
Por otra parte, Moctezuma tenía tres mil
sirvientes que, entre otras cosas, preparaban la mesa del emperador con más de
mil platos distintos. El emperador siempre comía solo y escondido detrás de un
biombo. Era servido por cuatro bellísimas jóvenes. Una vez terminaba de comer,
se dedicaba a oir música y a ver el espectáculo de bailarinas.
A pesar de la buena acogida de Moctezuma,
los españoles se encontraban un tanto agitados y en situación muy tensa. No las
tenían todas consigo. Dicha situación se hizo más tensa debido a una
imprudencia de Cortés: intentó que el emperador se convirtiese al cristianismo.
Moctezuma le dijo que, aunque el Dios de
los españoles era muy grande, también los dioses aztecas lo eran, ya que
siempre habían servido al pueblo. Le dijo que nunca renegaría de ellos.
En la próxima entrega veremos las
reacciones de Moctezuma y de Cortés, cuando éste visitó el templo de los dioses
aztecas, quedando asustado de lo que allí vio.
Continuará.
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