Como decíamos en la anterior entrega, llegó a oídos de Cortés que se estaba preparando un plan para asesinarle a él y a sus compañeros. Pero una vez más, valiéndose de su astucia, saldría victorioso de la situación.
Para ello recurrió a un ardid que puso
inmediatamente en práctica. Hizo saber a
los jefes de los cholubas que él y el resto de españoles habían decidido
abandonar aquel lugar. Para tal abandono, solicitó una escolta compuesto de dos
mil guerreros previamente escogidos. Obviamente, tal solicitud fue concedida y
la escolta de indios entró en el palacio amurallado donde Cortés y sus hombres
tenían el cuartel general. Nada más entrar, los indios fueron atacados con
cañones y fuerzas de caballería. Con motivo de tal enfrentamiento, hubo muchas
bajas entre los españoles, pero de los indios no quedó ni uno.
Por otra parte, mientras se celebraba esta
batalla, llegaron cinco mil trasaltecas, aliados de Cortés, que habían sido
convocados por éste secretamente. Invadieron la ciudad haciendo casi diez mil
prisioneros entre los cholubas.
Cortés se hizo dueño de la situación y
ordenó a los trasaltecas que soltasen y devolviesen a los prisioneros antes
citado. Aprovechó la ocasión para convencer a los indios de sus malas
costumbres y acciones, como eran el canibalismo y los sacrificios humanos,
inculcándoles la doctrina cristiana.
A pesar de que las tribus y los
territorios iban cayendo en su manos, aún quedaba la meta final, que era la
conquista de la capital mexicana, cosa que se presentaba ardua y difícil, ya
que Cortés sólo contaba con cuatrocientos españoles, aunque contaba con el
refuerzo de cinco mil guerreros trasaltecas.
Además de enfrentarse a los nativos, en la
conquista tuvieron que vencer muchas dificultades, como eran las altas
cordilleras con sus terrenos rocosos apenas sin vegetación, sin agua y con
fuertes vientos.
A pesar de todo esto, seguían avanzando.
Moctezuma, que había hecho lo indecible por detenerlos, cada vez estaba más
desmoralizado, llegando a encerrarse en su palacio y ofrecer sacrificios
humanos a los dioses. Como veía que la cosa no cambiaba, decidió enviar un
sobrino suyo a los españoles con el
objeto de darles la bienvenida y recibirlos cariñosamente.
Una vez en la capital, Cortés vio su
belleza, dándose cuenta de que estaba edificada sobre una isla y que tenía
muchas calles anchas y largas. Pero al circular por una de ellas observó que
había puentes levadizos, con lo que no
se podía circular, además de estar muy fortificada. Le entró la duda de si no
estaría ante una treta o una emboscada.
En
las próximas entregas veremos las vicisitudes por las que pasó Cortés en la
capital mexicana como huésped de Moctezuma.
Continuará.
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