En la anterior entrega decíamos lo que hizo Cortés y las medidas que tomó para que no hubiese más tentativas de complot ni de escape.
Como los barcos no se encontraban en
buenas condiciones para navegar, dio la orden de destruirlos, aunque
previamente había puesto a buen recaudo los aparejos y las velas. Los soldados
quedaron desmoralizados, pues se consideraban presos en aquel extraño país. La
única idea que se les ocurrió para salir bien del trance, fue continuar con
Cortés la aventura mejicana.
Emprendieron dicha aventura a través de
selvas tropicales, ascendiendo y ascendiendo cada vez más, hasta llegar a
regiones y alturas de un frío intenso que causaron la muerte de varios
exploradores. Tras una semana de caminar sin cesar, llegaron a la región helada
y rocosa de los trascaltecas, que era una tribu feroz e indomable que nunca
quiso pagar tributo alguno a Moctezuma, y a la que los aztecas nunca pudieron
dominar.
Hernán Cortés consideró que era prudente
contar con el permiso de los jefes para cruzar la zona, y envió una solicitud
para que le concediesen dicho dicho permiso, solicitud que iba acompañada de
regalos tales como un sombrero rojo y una espada, entre otras cosas. No obtuvo contestación ni respuesta a su
demanda.
Decidió entonces continuar avanzando a
pesar de todo. No tardó mucho tiempo en
darse cuenta de que un gran ejército se dirigía a su encuentro. Acamparon con
grandes medidas de seguridad, colocando doble vigilancia en los sitios
estratégicos. Además ordenó que la artillería estuviese alerta y que todos los
soldados durmiesen con la armadura. Acertó de lleno: al amanecer, los indios
empezaron el ataque con un ejército de cuarenta mil hombres. Como el terreno
era muy angosto, no quedó más remedio que la lucha cuerpo a cuerpo, obligando a
retroceder a los trascaltecas hasta llegar al campo abierto. En este terreno ya
se pudo desplegar la caballería, a la vez que entró en acción la artillería. Ante
aquella exhibición de fuerza, los indios quedaron asustados, viéndose obligados
a retirarse.
Al día siguiente, Cortés, hábilmente,
envió unos hombres en son de paz. Los trascaltecas contestaron que podían pasar
por su territorio cuando lo estimasen conveniente, pero con una condición: al
llegar a sus dominios, tendría los españoles que dejarse separar la carne de
sus cuerpos, como sacrifico a los dioses de la tribu.
Ni qué decir tiene que ante semejante
noticia los españoles quedaron aterrorizados. Los indios se dieron cuenta del
miedo que tenían y al segundo día los atacaron. Pero otra vez saldrían
victoriosos gracias al genio y bravura
de Hernán Cortés. Lo veremos en el próximo capítulo.
Continuará.
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