En la anterior entrega decíamos que en ésta veríamos cómo se las había arreglado Hernán Cortés para salir victorioso después del primer ataque de los indios. A pesar de la enorme diferencia entre atacantes y atacados, Hernán Cortés logró burlar a los indios atacándoles por retaguardia con caballos, comenzando a huir totalmente aterrados.
La razón de esta huida y de este miedo de
los nativos no fue otro que nunca habían visto un caballo, y al ver semejante
animal sobre el que iba un jinete con su armadura que les cubría el rostro,
pensaron que eran unos auténticos monstruos. Cortés se dio cuenta de esta
circunstancia, lo que le hizo que cuando moría algún caballo en algún combate,
rápidamente lo enterraban para que no lo viesen los indios.
Una vez ganada la batalla, Hernán Cortés
inició conversaciones con las distintas tribus, diciendo que los españoles
querían tratarlos como hermanos. Al día siguiente del inicio de dichas
conversaciones, llegaron al campamento de Cortés varios jefes de tribus con
obsequios: pavos, aves, e incluso tortas de maíz. Este detalle, y por el tipo
de obsequios, denotaban que los nativos consideraban a los españoles poco menos
que seres sobrenaturales, circunstancia esta que fue aprovechada hábilmente por
Hernán, diciéndoles a los pobres indígenas que los “portarrayos” estaban muy
enfadados con ellos por haberlos atacado, y que tenía dificultades para
contener los rayos mortales que llevaban consigo. Para impresionarlos con este
argumento, y mientras hablaba, a una señal convenida hizo que se disparase el
cañón más potente, lo que hizo que los nativos se postrasen a sus pies pidiendo
perdón.
Otra estratagema empleada por Cortés,
mientras hablaba con los nativos, fue esconder detrás de una sebe una yegua en
celo, haciendo pasar por un caballo, quien al oler a la hembra, comenzó a dar
saltos y a relinchar ante el sombro de los indios. Cortés se levantó y hablando
y acariciando al animal logró calmarlo. Los nativos quedaron totalmente
convencidos de que este hombre tenía un poder sobrenatural y que no convenía
luchar contra él, volviendo a darles más regalos, trayéndoles 20 hermosas
mujeres jóvenes, destacando entre ellas Marina que, además de su belleza,
poseía una gran inteligencia ya que hablaba las lenguas azteca y maya,
aprendiendo rápidamente el castellano. Pronto se convirtió en una fiel
compañera de Cortés actuando de intérprete y de embajadora.
Entre los últimos regalos, además de las
jóvenes, los nativos les entregaron oro. Al preguntarles dónde lo habían
conseguido, respondieron: “Moctezuma,
México”.
En la próxima entrega veremos a los
emisarios de Moctezuma dirigirse a los españoles, pidiendo Hernán Cortés entrevistarse
con él.
Continuará.
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